Miércoles 20 de octubre, 2004. San José, Costa Rica.


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Perspectivas

Sobornar periodistas

José Meléndez

Con el descubrimiento de una serie de casos que involucran a empresas privadas en el presunto pago de “premios” en dólares a políticos costarricenses, he recordado en estos días una vieja costumbre que, estoy convencido (espero), fue desterrada de la prensa tica: el “how much”.

Para ponerlo en la jerga periodística, allá por las décadas de 1960 y 1970, en Costa Rica se utilizaba el término “jaomochero” para referirse al periodista que acostumbraba a recibir pagos de políticos e instituciones estatales que querían comprar el favor, ya sea para guardar silencio de un caso irregular o para exaltar al político o a la entidad.

Como novato reportero de sucesos, allá a mediados de la década de 1970, recuerdo que, con otros recién iniciados en el periodismo, tenía bien identificados a los “jaomocheros” que, hábilmente, se movían en conferencias de prensa y giras presidenciales, en busca del “jaomoch”.

Y recuerdo, con el mismo desprecio de enero de 1977, a un empresario de reconocida trayectoria académica y política, que intentó sobornarme con ¢10 mil para que yo no publicara nada de un problema que, con el correr de los años, se convirtió en un escándalo de contrabando de ganado. Yo era un reportero del ahora desaparecido periódico Excélsior y ganaba al mes unos ¢1.000 en esa época. Es decir, los ¢10 mil eran como 10 aguinaldos.

Nunca se me olvida que, cuando le pedí a ese empresario su versión acerca del caso de supuesto contrabando, él sacó de su escritorio un sobre con el dinero. “Son ¢10 mil, es una bonificación” para que no se publiquen “estas cosas”, me explicó.

Yo tenía 19 años y, por formación familiar, siempre he sabido lo que es la dignidad. Con gran malestar, tomé el sobre con el dinero y se lo lancé al rostro de ese hombre, que ya tenía edad y trayectoria suficientes para saber lo que es la dignidad.

Recuerdo que me salí de su oficina y me fui a Excélsior. Don José María Penabad (actual cónsul tico en Cuba) era director del periódico y me explicó que no teníamos forma de publicar sobre el intento de soborno, pero que redactara una noticia muy sobria del contrabando. Así se hizo y hubo amenazas del aludido, pero sin éxito.

Cuando veo hoy a los valientes reporteros que, por ejemplo, en Al Día y La Nación luchan por desnudar el fenómeno de la corrupción, me enorgullezco de ellos y sigo convencido de que el “jaomochero” no tiene cabida en la prensa nacional, como tampoco la tiene el que ofrece el “jaomoch”.

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