Butaca 1
Las Vegas Leonardo Perucci
Las Vegas, ciudad norteamericana promocionada a través del cine y la televisión como paraíso de apostadores, turistas, gángsters, prostitutas, chulos y el más largo etcétera relacionado con lo prohibido.
A Las Vegas se llega desde Los Ángeles por una espectacular carretera, atravesando el árido desierto del Mohave, que es igual al de Atacama, en el norte de Chile, con diferencias, claro está: una cárcel de rehabilitación de menores y los casinos.
Estos últimos surgen como anacrónicos lujos, en un paisaje casi lunar, con fabulosas ofertas para que la gente deje su dinero en la excitación incontrolable provocada por el ruido de las fichas, las máquinas traganíqueles y las templadas voces de los “dillers”.
En cuanto a la ciudad, autodenominada “la ciudad que nunca duerme”, podemos acotar que donde se acaba el buen gusto, comienzan Las Vegas.
Parece que la creatividad de los “arquitectos” fue tragada por el polvo y la sequedad del desierto, pues se dedicaron a reproducir las maravillas auténticas de otras ciudades, me imagino que para ahorrarles el viaje a los turistas y para que se gasten esos ahorros en las mesas de juego.
Esta “Disneylandia para adultos”, como alguien la bautizó, es el más grande monumento “kitsch” en la historia de la Humanidad.
Aquí podemos encontrar, a lo largo de 20 cuadras, las Pirámides de Egipto, con Esfinge incluida; la ciudad de Nueva York en dos manzanas; Venecia con el Palacio de los Duques, Puente de los Suspiros y Canal incluido, con góndolas y gondoleros que cantan como Dean Martin; y el Cesar Palace es una parodia de la Roma Imperial –si Nerón regresara, seguro le prende fuego de nuevo por atentar contra el buen gusto–.
Y lo más patético es contemplar –como en el tango “Cambalache”, en que vemos “llorar la Biblia sobre un califont”– un mini-París con Torre Eiffel, Consergerie, la Opera, Place Concorde, todo apelotonado como los trastos viejos que guardamos en la cochera.
En esta ciudad nada es auténtico. Hay artistas que “rinden tributo”, léase: “imitan burdamente”, al Rat Pack (Sinatra, Martin, Davis y Cía.), a Elvis, Platters, etc.
Pero lo más lamentable de esta gigantesca escenografía mercantil comienza al anochecer, cuando cientos de latinos que buscan “el sueño americano”, llenan las luminosas calles repartiendo tarjetas con fotos de bellas y provocativas mujeres ofreciendo sus servicios “por unos dólares más”. Y lo peor: se autodenominan “promotores artísticos”.
Créanme que dan ganas de llorar.
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