Trigo Maduro
Palabras imperecederas Monseñor Román Arrieta Arzobispo Emérito de San José
Dice literalmente San Pablo: “Quien va enseñando doctrinas erróneas y no presta su adhesión a las palabras de salvación de Jesucristo, nuestro Señor, y a la recta doctrina de la fe, es un orgulloso que nada sabe, un maniático inclinado a las discusiones inútiles y a los juegos de palabras.
“De esto no nace otra cosa, sino envidias, riñas e insultos, sospechas malignas y continuos altercados propios de personas de mente tarada, faltas de verdad y que consideran la religión solo como un negocio” (1ª. Tim. 6, 3-5).
Nuestro amor sincero de Pastor abraza a esos hermanos a los que alude San Pablo, pero eso no puede impedirnos reconocer lo evidentemente falso de muchas de las enseñanzas que ellos imparten, por lo que es nuestro deber rechazarlas enfáticamente.
Evidentemente es falso, a la luz de la Palabra de Dios, negar el Misterio de la Santísima Trinidad, la divinidad de Jesucristo, su presencia real como Pan de Vida en el Santísimo Sacramento del Altar, y muchas otras más en las que los discípulos de Jesús siempre hemos creído y con toda razón.
San Pablo llama “orgulloso que nada sabe” al que no presta adhesión a la recta doctrina de la fe, y, con palabras aún más duras, lo califica de “maniático inclinado a las discusiones inútiles y a los juegos de palabras”.
Esto es lo que hoy vemos con tanta frecuencia en nuestros barrios y ciudades: propagandistas religiosos que dicen, a voz en cuello, que ellos están listos para discutir sobre la Biblia con el Papa, con el Obispo, con el Sacerdote y con quien sea. A ellos quiero recordar que la Biblia no es para discutirla, sino para vivirla, y que eso, y solo eso, nos pide el Señor.
Cuando uno escucha a propagandistas protestantes que, desde parques, aceras y autobuses, lanzan sus encendidas peroratas, uno comprende por qué San Pablo se refiere a ellos como a gentes que, en vez de atraer a las almas a Dios, fomentan “envidias, riñas e insultos, sospechas malignas y continuos altercados”.
Con una dureza sorprendente, pero explicable, sigue diciendo San Pablo que hacer cosas semejantes es “propio de personas de mente tarada, faltas de verdad, y que consideran la religión como un negocio”.
Las palabras de San Pablo a Timoteo que hoy he citado y comentado someramente, me mueven a sugerir respetuosamente a los hermanos que han caído en la agresividad y el fanatismo, que deben cambiar su actitud.
El pueblo costarricense, inteligente como es, descubre que no pueden ser verdaderos enviados de Dios, quienes tanto odio manifiestan contra sus hermanos católicos, pues el amor es el gran distintivo de los discípulos de Cristo.
Por otra parte, bien sabe nuestro pueblo que nadie debe cambiar de religión para cambiar de vida, pues Ia Iglesia Católica, nuestra madre, desde que nacemos hasta que morimos, nos recuerda que debemos ser santos como Jesús.
Si nuestra vida no se ajusta a lo que la Iglesia nos enseña en el nombre de Cristo, cambiar de conducta es lo que todos debemos hacer. Pero cambiar de religión para cambiar de conducta es, sencillamente, un disparate.
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