Lunes 6 de septiembre, 2004. San José, Costa Rica.


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Tribuna libre

Museos

Gloria Bejarano

Mientras caminaba por los salones del Museo del Prado, aunque admiré con detenimiento las pinturas, el entorno capturó mi atención.

Los pabellones eran vigilados por voluntarios que, con gran amabilidad, daban información sobre las obras. Cuatro ancianos, sentados en una banca, observaban una pintura y discutían entre susurros sus puntos de vista. Un pintor copiaba fielmente un cuadro del siglo XVIII ante la mirada llena de asombro de los niños, que seguían los trazos de su pincel.

Los guías repetían su guión frente a las obras más renombradas, y los turistas asentían a las explicaciones. Decenas de personas se detenían ante Las Meninas, y unos estudiantes, frente al Velázquez, hacían apuntes y comparaban notas. Unos padres comentaban con sus hijos sobre las distintas escuelas y épocas.

En un salón estaba sentada una joven con su hijo, no mayor de 10 años, contemplando un cuadro del Greco. Ella iba guiando al niño para que recorriera la obra con sus ojos: las pinceladas, los colores, las estilizadas figuras del autor. El chiquillo fijaba su atención y buscaba, ansioso, los puntos que señalaba su madre.

Todos los que estaban allí, desde los vigilantes hasta los pequeños que admiraban al pintor, disfrutaban al máximo de la experiencia. Era evidente que su visita era motivo de placer, de gozo, de crecimiento y aprendizaje, todo como resultado de una formación cultural muy bien cimentada.

Para alcanzar este grado de desarrollo educativo y cultural, los europeos han invertido por siglos, y han ido evolucionando y adaptándose a los tiempos.

Actualmente existe una creciente tendencia en Europa de transformar los museos para convertirlos en parte de la industria de la educación y el entretenimiento, mediante tiendas especializadas, cafeterías, salones de lectura y talleres.

La demanda cultural va en aumento en países como Francia, España, Inglaterra y Alemania, y sus museos realizan inversiones verdaderamente impresionantes para poder competir entre ellos, ofrecer nuevas colecciones y hacer planteamientos museográficos novedosos.

Los europeos saben que invertir en cultura es lo mejor. Lejos de mermar sus presupuestos, destinan fondos que obtienen gracias a la ayuda de instancias privadas, donantes particulares y benefactores que colaboran con la cultura de su país.

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