Domingo 12 de septiembre, 2004. San José, Costa Rica.


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VOZ EDITORIAL

Madurez en esta hora

Las crisis de gobierno como la que hoy sacude a la sociedad costarricense, manifiestas en la renuncia de varios ministros, o bien del Gabinete en pleno, no son exclusivas de una Administración o de un país en particular. Las ha habido en el pasado en Costa Rica y, si echamos un vistazo a otras naciones, tanto de Latinoamérica como del resto del mundo, no es un fenómeno extraño ni inusual.

Este dato, derivado de la propia dinámica del quehacer político, lo ha traído a colación en estos días el presidente Abel Pacheco, esgrimiéndolo como argumento para restarle importancia al momento actual que vive el país, y así hacernos creer que éste es asunto de poca monta y, por ello, ha de escribirse con minúscula en los anales.

La explicación del Presidente encierra la falacia de comparar hechos que, aunque iguales en sus manifestaciones, responden a contextos diferentes. Una regla de oro para interpretar cabalmente los diversos acontecimientos es analizar cada uno de ellos desde sí mismo, pues, pese a las apariencias, nada es lo mismo en la Historia. Por otra parte, esta clase de relaciones en nada ayuda a manejar la situación inmediata y apremiante que se tiene enfrente, y se convierte, más bien, en una especie de escapismo.

Lo cierto es que la actual crisis de gobierno es de gran calado y envergadura, como no se recuerda desde hace al menos dos décadas, pese a la pretensión del Mandatario de tapar el Sol con un dedo, al negar reiteradamente la gravedad de la situación, y la zozobra creada en la ciudadanía por la renuncia de varios ministros en carteras claves para el desarrollo del país.

Sobran razones para preocuparse, pues el resquebrajamiento habido en el Gobierno se halla dentro de una coyuntura política, económica y social, donde gravita una compleja mezcla de factores, de cuya urgente y sabia atención dependen el bienestar y el futuro del país en áreas fundamentales de la vida nacional.

La lista es larga, pero, en abono de lo anterior, sirva aquí un somero recuento de algunos hechos:

La falta de rumbo definido que ha mostrado el Gobierno desde sus mismos inicios, evidenciada frecuentemente en directrices y planteamientos que hoy se proclaman como norte de la Administración, pero que al día siguiente quedan en tela de duda por actuaciones o declaraciones de sus funcionarios. De esa manera, las señales enviadas a los diversos sectores devienen en desorientación, al no saber exactamente cuáles son las reglas del juego.

Una efervescencia social, puesta de manifiesto en días pasados mediante bloqueos y protestas, en cuya raíz se hallan desde la frustración y los reclamos contra la clase política, encarnados por el alto abstencionismo en los últimos comicios presidenciales, hasta la manipulación interesada de esa inconformidad por parte de algunos dirigentes y sindicalistas. A ello se suma la ausencia de destreza política del Gobierno al negociar, bajo presión, varias demandas de actores sociales, con el innecesario protagonismo de un ministro que, horas después, dejaba el Gabinete.

Los recientes escándalos de corrupción, punta de un iceberg de vieja data, que, por involucrar a altos funcionarios y líderes políticos, debilitan la institucionalidad del país y profundizan el malestar en la sociedad.

El desplome del equipo económico del Gobierno, tras la renuncia de sus más destacados integrantes, protagonistas en la firma del TLC con Estados Unidos o promotores de la Reforma Fiscal –todavía pendiente en el Congreso–, proyectos, ambos, de singular trascendencia para el país.

Las discrepancias entre el equipo económico y el equipo social de esta Administración, que algunos quieren presentar como un encarnizado enfrentamiento ideológico.

El pasmoso estancamiento de la Asamblea Legislativa, que hace peligrar el trámite y aprobación de proyectos esenciales para el avance del país.

La inminente apertura de la campaña electoral, en la que candidatos, partidos y grupos podrían estar irresponsablemente tentados a capitalizar la situación actual en su propio beneficio –“A río revuelto, ganancia de pescadores”–.

He ahí algunas razones de nuestra profunda preocupación por el momento crucial que vive el país.

En estas circunstancias, apelamos a la madurez política de que tantas veces ha hecho gala nuestro pueblo, a fin de que unos y otros –partidos, dirigentes, sectores sociales, sindicatos y ciudadanos– cierren filas en torno al Gobierno y presten su patriótica y desinteresada colaboración en la tarea de sacar adelante un país que merece mejor suerte.

Asimismo, respetuosamente exhortamos al señor Presidente a que cobre conciencia de la existencia y hondura de esta crisis, a acudir a las mejores reservas de su partido y a acoger la ayuda que puedan brindar quienes, desde todos los ámbitos, estén verdaderamente interesados en el bienestar de Costa Rica.

Esperamos del Gobierno una conducción prudente, pero firme, con liderazgo y visión de futuro.

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