Domingo 12 de septiembre, 2004. San José, Costa Rica.


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Foto Principal: 805841
Algunas familias pobres tomaron la propiedad. Las construcciones, de lujo, hoy son solo ruinas.
Archivo/Grupo NaciónAl Día

Mundo a la medida

Nápoles, la hacienda de Pablo Escobar, es ahora del gobierno

Mariana LUZURIAGA

La hacienda Nápoles, la emblemática propiedad de Pablo Escobar, pertenece ahora al gobierno colombiano. Las autoridades evalúan qué hacer con ella.

Según el director de la Oficina de Estupefacientes, Alfonso Plazas, podría llegar a albergar un museo sobre el narcotráfico, un complejo turístico o un centro de desarrollo de actividades agrícolas.

El proyecto “Museo del crimen” mostraría las barbaridades cometidas por los narcotraficantes en los ochentas. Nápoles era “la hacienda más querida por mi hermano y, quizás, la más grande de cuantas había mandado construir”, dice Roberto Escobar en su libro “Mi hermano Pablo”.

La propiedad tiene 1.800 hectáreas y fue valorada en ¢577 millones ($1,3 millones).

Está en la “tierra prometida” del Magdalena Medio, en el departamento de Antioquia, uno de los lugares más privilegiados de la geografía colombiana. Sus bosques y sus bondades para la ganadería hacen de esta tierra un lugar excepcional.

En el libro, Roberto Escobar narra que la hacienda tenía todo para quienes aman el buen vivir: casas con aire acondicionado, salones de juegos, seis piscinas, tinas, jacuzzis, canchas de tenis y de fútbol, plaza de toros, comedores gigantes, teatro, discoteca, aeropuerto (con todo y hangares), ríos y lagunas.

Quiero uno...

Además, había un zoológico con animales traídos desde Africa, arroyos para practicar motociclismo acuático, un jardín con 100 mil árboles frutales, potreros...

A finales de los 70, cuando Escobar compró la hacienda contrató a 750 trabajadores, entre obreros, arquitectos, ingenieros, veterinarios. Ellos, con más de cien tractores y excavadoras, movieron todo lo que el “jefe” quiso que movieran. Talaron árboles y plantaron otros, crearon lagos y movieron montañas. Construyeron un mundo a la medida para Pablo Escobar Gaviria.

Y había más: Escobar, su familia y sus amigos señalaban con el dedo los animales que aparecían en los programas del canal Discovery, o en las enciclopedias, y en cuestión de días o meses los ejemplares llegaban a Nápoles, cuyo zoológico se convirtió en uno de los mejores de Suramérica.

Jirafas en avión

Escobar soñó con jirafas del África... No se sabe cómo, pero subieron a un avión y llegaron a la hacienda, escribió José Guillermo Palacio en el diario El Colombiano.

“El Congo, Etiopía, el desierto del Sahara y las selvas asiáticas aportaron leones, elefantes, rinocerontes, hipopótamos, tigres, antílopes, ñandúes y aves de todos los plumajes y cantos. Irlanda participó con sus vacas pelirrojas, Australia con canguros, Estados Unidos con bisontes y las islas Galápagos con sus tortugas centenarias”, agregó Palacio.

Flamencos rosados, pavos blancos, cigüeñas de tres colores, casuarios australianos y garzas de cuello rojo entraron una a una, como en el Arca de Noé, hasta alcanzar una colección de 1.900 animales.

Sin embargo, detrás de ese amor por los animales, Escobar escondía una sofisticada estrategia para hacer negocios. Usaba el excremento de los mamíferos para recubrir los paquetes de droga, ya que los perros de la DEA (Dirección de Estupefacientes) se espantaban con semejante olor.

Para los pobres

El 15 de abril de 1998, luego de que fuera saqueado cada centímetro de Nápoles, el presidente Ernesto Samper le ofreció las tierras y el ganado de la hacienda a 15 familias campesinas desplazadas por la violencia.

En aquel momento, el gobierno estaba en juicio con la familia de Escobar por la confiscación de la propiedad. La Red de Solidaridad los apoyaba en la cría de gallinas. De eso sobreviven los desplazados que ganan el equivalente a ¢5.200 mensuales. En su momento, el presidente Andrés Pastrana recibió una carta para que los ayudara a rescatar la finca, pero respondió que no tenía tiempo para visitarlos. Actualmente, esperan la visita de Álvaro Uribe.

Lo que un día fue una mansión hoy cobija a niños humildes que juegan cerca de piscinas de agua podrida o exploran las habitaciones invadidas por la maleza.

Lo único que queda de la ostentosa propiedad son dos hipopótamos con nueve crías que deambulan por allí. El resto de los animales fueron enviados al zoológico de Pereira o desaparecieron. Pablo también se fue...

* Con información de los diarios El Colombiano y El Tiempo.

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