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Maradona. Foto de archivo/Al Día
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Tribuna libre
Imagen del flagelo José María Penabad
La Habana.– El regreso de Maradona a Cuba reactiva el dolor del mundo que sufre el obsesivo estigma de la drogadicción.
El futbolista argentino crea atención universal, fenómeno televisivo en primer lugar. Y su calvario, dominado por la droga, implica un predominio informativo alrededor de los estupefacientes.
Al promocionar caídas y recaídas de Maradona, su enganche, frenazo y arranque, en el fondo, se establece un traidor flagelo, espejo donde emerge el encanto del triunfalismo, alrededor del genio balompédico, dimensionado por la maldita droga.
Si el Pelusa es lo sobrenatural en fútbol y su fama no conoce límites, el vicio, que lo acompaña, pasa a convertirse en talismán más adecuado del astro deportivo. Maradona convierte a la droga en matrimonio perfecto, hasta que la muerte los separe.
Y, si de muerte hablamos, no deben olvidarse los golpes que la Parca proporcionó, ya, al ex del Boca Juniors y de tantos grandes clubes más, porque muy cerca estuvo, en dos ocasiones, de recibir la puntilla en el ruedo de la vida.
Mientras Diego Armando arriba a Cuba, rodeado de un caro cortejo multicolor, abogado, médico, familia y amigos, para intentar la cura de su adicción, al tiempo, decimos, dos costarricenses guardan prisión en La Condesa, a 70 kilómetros de La Habana, municipio de Guines, por el grave delito de tráfico de estupefacientes, “camellos” in fraganti.
Madres, hermanos, novias lloran el mal camino seguido por sus entrañables familiares, empujados al abismo por gentes de cara oculta, manos sucias, que manipulan sin conciencia y embarcan a jóvenes incautos prometiéndoles “beneficios” sanos y amplios, sueños de opio, cuando la operación esté rematada.
Maradona es noticia del recuerdo y del presente. Y, como noticia, la aldea global recibe el mensaje, que es un eco sostenido y confundido de admiraciones y lamentos. El delirante fanático perdona el desliz y no olvida las hazañas singulares del monstruo futbolístico. “Ladrón o no ladrón, queremos a Perón”, sublime enajenación de las masas, con su pequeño paso. La alineación del capitán, de la gran infantería del seleccionado, en el equipo de la droga, se disimula y aparca. No hay peor ciego que el que no quiere ver. La sociedad moderna acusa el defecto de modelar ídolos y, por añadidura, venerarlos sin escrúpulos. Somos así.
Hasta qué punto llega el desequilibrio mental de los incondicionales, enfundados en enseñas con rasgos que identifican al idolatrado, que se fundó la Iglesia Maradoniana capaz de aunar “devociones”, pero no lo suficientemente fuerte para conseguir la paz física de su dios emblemático.
No podemos cambiar el planeta, porque cada manifestación en pro y contra, de Maradona, goza del privilegio que otorga la libertad. Libre criterio de pensar y hacer guardando las distancias de rigor. Lo dejó dicho Juárez: El respeto al derecho ajeno es la paz.
El patricio mexicano no llegó a conocer el imperativo infernal de la droga...
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