Sábado 02 de abril, 2005. San José, Costa Rica.



 

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Más de 100.000 fieles lloran en el Vaticano

Ciudad del Vaticano, sábado 2 de abril (AFP). La noticia de la muerte del Papa Juan Pablo II conmovió a los más de de 100.000 fieles congregados en la plaza de San Pedro para despedir a uno de los hombres más prominentes de la historia contemporánea.

"Con la muerte de Juan Pablo II se pierde un pedazo de nuestra historia", aseguró a la AFP sin poder contener las lágrimas Domenico Carrante, de 63 años, venido expresamente de Nápoles (sur) a Roma para dar el último adiós al que fuera jefe de la Iglesia Católica durante casi 27 años.

Un minuto después de que la televisión anunciara la muerte del pontífice a los 84 años, tras una larga agonía, el cardenal Camillo Ruini dio la noticia a los fieles de la Plaza de San Pedro que entonaron una oración antes de estallar en un aplauso y guardar un minuto de silencio seguido por otro aplauso en agradecimiento al Papa de los jóvenes, que formaban en buena parte el público asistente.

El cardenal Angelo Sodano, secretario de Estado del Vaticano, entonó a continuación el "De profundis", tras el cual los fieles estallaron en un sentido aplauso de homenaje al hombre que batió todos los récords durante su mandato al frente de la Iglesia Católica.

La campana mayor de San Pedro empezó a sonar para anunciar al mundo la noticia de la muerte del Papa, y el mismo tañido de dolor se repitió en los cientos de iglesias diseminadas por toda la ciudad.

Después vinieron el vacío, las lágrimas, las oraciones y el recogimiento en la fresca noche romana, en la que muchos niños, en particular, se protegían del frío con mantas.

"Es como si todo hubiese acabado, como si se hubiera producido de pronto un vacío". Así describió Irene el ambiente que reinaba en el Vaticano tras oír la noticia a pesar de que todo el mundo la esperaba desde el 1 de febrero, fecha de la primera hospitalización del Papa por graves problemas respiratorios. Le seguiría una segunda hospitalización 24 días después para practicarle una traqueotomía.

Desde su salida del hospital el 13 de marzo, sus problemas de salud no hicieron más que agravarse.

Una luz en una de las ventanas de los apartamentos del Papa en el tercer piso del palacio renacentista fue la señal que anunciaba su muerte. Después la plaza se quedó casi en penumbra.

La emisora oficial de la Santa Sede, Radio Vaticana, interrumpió su programación habitual para difundir un réquiem.

Poco antes, los cardenales que habían salido a las escalinatas para orar con los fieles se habían retirado y sólo volvieron a aparecer para arropar a Ruini en su difícil cometido de mensajero.

"Este Papa es irremplazable", decía triste Massimo de Paulis, en la cuarentena.

Otro asistente, sólo acertaba a decir que "el Papa me hará más falta que cualquira de mis familiares".

Domenico Carrante todavía recuerda con escalofríos los que sintió cuando Juan Pablo II le puso una mano en el hombro durante una visita a Nápoles.

La gente no habla, se abraza, se reconforta. Muchos, sentados en el suelo, cabizbajos mantienen las velas encencidas entre las piernas y la mirada perdida en su pena.

Otros, arrodillados en los adoquines del piso elevan la mirada al cielo con el rostro mojado y el corazón encogido por la pérdida de un hombre que ha luchó incansable por la caída del comunismo, los derechos humanos, los jóvenes y los más desfavorecidos.

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