Sábado 02 de abril, 2005. San José, Costa Rica.



 

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Juan Pablo II vio en Latinoamérica la tierra de esperanza

Ciudad del Vaticano, sábado 2 de abril (ACAN-EFE). Juan Pablo II vio en América Latina el territorio de la esperanza de la Iglesia Católica, pero también estaba convencido de que ésta se juega allí gran parte de su futuro y por eso desde el comienzo de su pontificado expresó siempre su preferencia por ese continente.

Esa preferencia la demostró con las numerosas visitas que hizo, visitando la práctica totalidad de los países americanos, que le acogieron de manera calurosa y masiva.

"América Latina -dijo- es un continente joven y lleno de esperanza, en el que no faltan estridentes contrastes que imponen a los sectores menos favorecidos de la población el pago de intolerables costes sociales".

Esas palabras fueron pronunciadas por Juan Pablo II a principios de su pontificado y durante él no se cansó de recordar la grave problemática social que aqueja a gran cantidad de personas en la práctica totalidad de los países latinoamericanos.

El Papa se presentó ante figuras tan dispares como Fidel Castro y Augusto Pinochet, pese al desagrado de ciertos sectores que vieron en estas visitas una utilización política por parte de los gobernantes y una contemporización del Pontífice con sus regímenes autoritarios.

Por otro lado, en los países latinoamericanos, de gran mayoría católica, el Papa se halló siempre en su casa, lo que no impidió que en la Nicaragua sandinista encontrara una fuerte réplica durante su primera visita, en 1982, y debiera afrontar el riesgo de un cisma.

Si hay una región en la que la palabra del Papa ha tenido fuerte eco, incluso en las instituciones, esa es Latinoamérica.

Su mediación entre Argentina y Chile por tierras australes, evitando una guerra, cristalizó en el tratado de amistad y cooperación entre los dos países, un ejemplo de la influencia del pontificado en la vida latinoamericana.

También contribuyó a que no degenerara el enfrentamiento fronterizo entre Ecuador y Perú, con sus constantes llamadas al diálogo, así como a la solución de los conflictos internos en San Salvador, Guatemala y Nicaragua.

En 26 años, el Papa se hizo abanderado de los pobres latinoamericanos, al reiterar el "amor preferencial" de la Iglesia por ellos, como puso de relieve en las asambleas generales del episcopado latinoamericano de Puebla y Santo Domingo.

Dedicó una atención especial a sus problemas no sólo en sus Encíclicas sociales, sino en textos sobre problemas cruciales en estos países, como la deuda exterior, la cuestión indígena, el problema de la tierra y, en un aspecto religioso, el de las sectas integristas.

Ante los riesgos del maridaje entre cristianismo y marxismo, que confluían en el objetivo común de luchar por la Justicia, abordó los malentendidos sobre la "opción preferencial" por los pobres, que había orientado la pastoral de las Iglesias americanas del postconcilio, y precisó que no era una alternativa "exclusiva".

Trató de evitar que la defensa de los pobres se monopolizara desde criterios marxistas, y conjuró el peligro de que la "teología de la liberación", bajo influencia marxista, fomentase la lucha de clases y la violencia, desfigurando así el mensaje cristiano, aun a costa de dejar algunas heridas en el camino, en la persona de teólogos como Leonardo Boff.

En sus viajes e intervenciones sobre Latinoamérica, Juan Pablo II denunció tanto la ideología capitalista liberal como el colectivismo marxista, ambos "incoherentes con la fe y la cultura" del Nuevo Continente (Bolivia, 1988).

Encaró el problema interno de la Iglesia con el enfrentamiento entre sectores progresistas y conservadores, directamente relacionado con la posición frente al compromiso temporal y la lucha por los derechos humanos y la justicia.

Para ello "normalizó" la inquietud de obispos comprometidos, enfrentados a los poderes políticos y económicos, como los de Perú y Brasil, con un relevo episcopal mediante figuras más "espirituales" y menos "políticas", que no ha satisfecho a los sectores progresistas de la Iglesia.

Fue capaz de denunciar los excesos de la dictadura del comunismo cubano en presencia de sus líderes, en su histórica visita a la isla, que dejó el recuerdo indeleble de ver, frente a frente, las imágenes del Che y de Jesucristo, y consiguió que la Iglesia cubana comenzase a salir del túnel en que la sumió el régimen castrista.

Conectó con la profunda piedad popular de las poblaciones católicas e hizo de sus visitas a los santuarios de las patronas americanas un itinerario mariano que une el Caribe con la Tierra del Fuego.

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