Domingo 10 de abril, 2005. San José, Costa Rica.



 

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"Gracias, Dios"
El viernes, en una misa, el pueblo de Monteverde conmemoró a las víctimas de la tragedia. De izquierda a derecha, Francini Prendas, Elizabeth Artavia, Álvaro Castro, Christian Campos y su hija, Nancy Ramírez y Mayra Obando agradecieron el milagro de seguir con vida.
Abelardo FONSECA/Al Día

Perdón le gana al dolor

A un mes de la tragedia en Monteverde

Sylvia ALVARADO MARENCO
Christian CAMPOS, corresponsal

Santa Elena, Monteverde. Una madre dejó de darle pecho a su hijo, dos muchachas renunciaron a sus prometedoras carreras profesionales en la capital para acompañar al padre viudo, un joven volvió a dormir con la luz prendida y otro piensa que sus compañeros que, lamentablemente murieron, al menos pudieron descansar.

Algunos de los sobrevivientes no dejan de oír las balas, de verle la cara al miedo. Son muchos los recuerdos. Mucha la sangre. Mucha la muerte.

Estas son algunas de las secuelas del 8 de marzo en que el mundo se le vino encima a las montañas de Monteverde, cuando tres asaltantes bañaron de sangre y fuego la sucursal del Banco Nacional.

Además:

  • Volvieron al banco
  • "Éramos tan felices"
  • "Dios me levantó"
  • "Rosita murió en mi hombro"
  • Aunque los cuerpos de algunos están marcados para siempre con las cicatrices y las balas que les quedaron alojadas, la mayoría de heridas las llevan por dentro.

    Siete familias de empleados, clientes y la de un agente especial enlutadas, así como dos asaltantes son el saldo de las víctimas de la masacre de Monteverde.

    Por eso el viernes, a un mes de la tragedia, el sacerdote Omar Romero y el Vicario de Puntarenas, Emilio Montes de Oca, celebraron una misa por el alma de los que ya no están y por la paz de los que lograron salir con vida.

    Ese día, el gerente general del Banco, William Hayden y los miembros de la Junta Directiva visitaron, una a una, las casas de los funcionarios. En algunos casos, les dieron aliento a ellos y, en otros, a los familiares de los fallecidos.

    El viernes, Monteverde volvió a llorar.

    Sin rencor

    La tristeza es mucha en Monteverde, pero el ánimo y voluntad de perdonar la supera.

    Cada uno ha buscado su propia manera de seguir viviendo pero sí hay algo en que coinciden quienes vivieron parte o todas las 28 horas de terror a manos de Erlyn Hurtado (único asaltante que quedó con vida) es en que no hay rencor en sus corazones sino perdón.

    "Una nube oscura nos cubre pero Dios promete su luz", cantaban las jóvenes del grupo Senderos, mientras los empleados del banco y los vecinos se abrazaban en medio de las lágrimas.

    "No podemos evitar que el dolor se convierta en compañero de camino en algún momento de la vida. Ya no escuchar sus voces es doloroso pero si ustedes están pretendiendo que van a olvidar lo que pasó, están perdiendo el tiempo.

    "Los seres amados nunca se olvidan; pero hay que aprender a recordarlos diferente , continuó el sacerdote. Para los hombres de fe, los que parten, independientemente de cómo lo hagan, siguen existiendo en Dios". El Vicario llamó a dejar de especular sobre lo que pasó "ese día terrible" o de quien pudo ser la culpa.

    "Cuando de tu boca salga una plegaria por esos dos miserables que murieron en la calle, empezarás a experimentar paz en el corazón. No podemos quedarnos contemplando la tragedia, hay que salir adelante unidos".

    Fue Hayden quien pidió a los presentes orar también por los asaltantes muertos, emulando al Papa Juan Pablo II quien visitó y perdonó al que intentó asesinarlo. "Sé que vamos a tener la fuerza para cerrar este amargo libro de terror", dijo el gerente, con la voz quebrada.

    "Líbranos del mal, líbranos del mal", cantaban las muchachas del coro, mientras el llanto inundó los ojos de muchos de los presentes.

    "Eso sucedió por la ambición, por la pobreza, por la exclusión de las sociedades que dejan a sus niños crecer con un rifle en la mano", dijo el Vicario motivando al pueblo a perdonar.

    A la mayoría de los sobrevivientes, ya desde antes, Dios les había revelado ese mensaje.

    Ellos aseguran que no hay rencor en sus corazones y que quisieran tener la oportunidad de visitar a Hurtado para preguntarle "qué amargura tan grande lo llevó a ese extremo" pero, sobre todo, para darle un abrazo.

    También aprendieron que hay más gente que los quiere de lo que habían imaginado, que los hijos y los seres queridos valen más que cualquier sueldo y que la vida hay que vivirla al máximo porque la muerte está a un minuto, o a un tiro, de distancia.

    A un mes de la tragedia, en la iglesita de Monteverde, Dios demostró la grandeza de su poder. Para eso sentó a ocho de sus milagros, en las primeras filas.

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    volver al pasado
    Este viernes, a las 7:37 p.m., el guarda Álvaro Castro volvió a ingresar al banco. Al salir lo hizo "con muchos nervios", dijo.
    Abelardo FONSECA/Al Día

    Volvieron al banco

    Sylvia ALVARADO MARENCO
    Christian CAMPOS, corresponsal

    Sus miradas lo decían todo. Una mezcla de nervios, dolor y angustia, les subía del estómago al corazón y se anudaba en sus gargantas. Estaban a punto de enfrentar sus propios miedos.

    Con el corazón en la mano, las piernas heladas y las lágrimas a flor de piel, siete de los funcionarios que sobrevivieron a la tragedia del 8 de marzo, volvieron a pisar el suelo de la agencia del Banco Nacional, donde un mes atrás pasaron las peores horas de sus vidas.

    Entraron acompañados de sus familiares y de los sacerdotes Omar Romero y Emilio Montes de Oca, quienes bañaron con agua bendita la sucursal.

    También estaban allí los directivos del banco y el gerente William Hayden. La tensión reinó durante los 45 minutos que estuvieron dentro del local. Pero ellos saben que dieron un gran paso, porque el 25 de este mes volverá a sus trabajos. El gerente de esa sucursal, Félix Leitón, lo hizo el jueves anterior.

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    UNIDOS
    A las 7:20 p.m., los sobrevivientes de la tragedia estaban dentro de la agencia bancaria, donde se hizo un acto íntimo.
    Abelardo FONSECA/Al Día

    La pintura, las exclusas que ahora resguardan la puerta y algunos cambios internos tratarán de darles la confianza necesaria para volver a empezar.

    Saldrán adelante a punta de olvidar. Por que quiere olvidar es que Nancy Ramírez ya tiene decidido el nombre que dará a su pequeña.

    "Si le pongo Milagro, me voy a acordar de eso todos los días. Prefiero llamarla Catalina y recordar a mi abuelita", dijo poco antes de entrar a la agencia, cuando contó que en el último mes le ha costado mucho dormir.

    "Estuve en los otros dos asaltos pero, comparados con este, hasta podría decir que fueron 'bonitos'.

    Yo al banco lo quiero mucho, pero no quiero volver a vivir esa pesadilla nunca", dijo Mayra. Costa Rica tampoco.

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    "Estaba a 30 cms. de mi"
    Álvaro Salazar, viudo de María Rosa Bolaños, vio cuando le dispararon a "Máquina...Su sangre me quemó", dijo.
    Abelardo FONSECA/Al Día

    "Éramos tan felices"

    Hace un mes que Julie e Ivonne cambiaron las ropas de oficina de dos prestigiosas empresas de la capital por los jeans y las botas que tanto usaron de niñas en las montañas de Tilarán.

    Ahora atienden junto a su padre viudo la lechería y las flores para seguir dándole vida al sueño de su madre de montar un proyecto turístico. Por financiar este sueño, ella perdió la vida, esa tarde en el banco Nacional de Monteverde.

    Don Álvaro se siente cansado y un día de estos volvió a llorar. No ha podido soñar con ella aunque no se le sale ni un momento de la mente.

    "Cuando empezó al asalto, la vi por última vez. Me llamó pero no tuve tiempo de hacer nada porque en eso empezó la masacre. Al principio no podía ni respirar del miedo, tuve 23 horas para hablar con Dios. Pasé toda la noche con el oído atento pegado a la pared porque después de 23 años juntos, me sabía de memoria su ritmo de respiración y sabía que podía distinguirlo entre tanta gente. Nunca pensé que había muerto.

    Preso del miedo, en la oficina del gerente, Salazar registró todo lo que pasaba en el banco y hasta pensó en enfrentársele al secuestrador.

    "En un momento, vi a un policía en el cielo raso, metiendo una cuchilla. Hizo un círculo y por ahí metió un aparato con un cable para ver lo que ocurría adentro. Me dio terror que el asaltante escuchara el ruido y viniera a matarnos.

    "Vi al asaltante pasar tantas veces corriendo que aprendí a conocerlo. Contaba los disparos y distinguí el sonido de su arma. Inventé un idioma de símbolos y apunté en una pizarra todo lo que iba pasando hasta con las horas.

    "Le pregunté a don Félix, (el gerente) que si tenía arma, porque si se acercaba estaba dispuesto a tirarle. Sabía que debía ser un tiro certero. Hasta pensé en hablarle".

    Cuando entraron los policías, vi a "Máquina". Estaba como a 30 centímetros de mí. Lo vi acomodarse el chaleco y en eso le zampó la bala. Luego me hicieron 'revoleado' por una ventana y caí encima de Máquina. Su sangre me quemó.

    "Cuando salí, nadie me daba razón de mi esposa. La confundieron con una chiquilla porque siempre pareció más joven".

    "Mis hijas, mi todo"

    Hace tres años terminamos la casa, mi esposa sembró los jardines, todo lo acomodó bonito. Estábamos viviendo los mejores momentos juntos. Éramos tan felices.

    Todavía tengo las pilas bajas pero mis hijas me dan fuerzas. Una duerme conmigo y la otra ha tratado de asumir el papel de su mamá. No había valorado todo lo que significan en mi vida.

    Recuerdo que ya pensionada, mi esposa aprendió a cocinar muy rico y me decía: 'lo que es la vida, cuando tenía a las chiquillas pequeñas no tenía tiempo porque debía trabajar y ahora que tengo tiempo, ya crecieron y se fueron'.

    No, doña María Rosa. Las chiquillas no se fueron.

    Están cuidando al hombre que usted tanto amó. Tratando de cocinar tan rico, de darle el punto al queso, de llenar el enorme vacío, aunque nunca lo logren por completo.

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    Solo Dios...
    "Jovencito, usted volvió a nacer", le dijo Emilio Montes de Oca, vicario de Puntarenas, a Álvaro Castro, quien el viernes recibió la comunión de sus manos.
    Abelardo FONSECA/Al Día

    "Dios me levantó"

    Ocho días antes del asalto, el guarda Álvaro Castro, de 20 años, quedó entre los mejores en una práctica de tiro. "Me apodaron 'tiro fijo' y me vacilaron diciendo que Dios guarde alguien asaltara Monteverde porque lo liquidaría de un tiro".

    Álvaro "liquidó" a dos de los asaltantes con su escopeta.

    Por eso, y por haber sobrevivido a cinco balazos, dos a quemarropa, no hay nadie que no lo llame héroe en Monteverde.

    El mismo vicario de Puntarenas, Emilio Montes de Oca, le dijo públicamente en la misa: "Yo que lo vi salir herido, y ahora comulgar, puedo decir que usted volvió a nacer. Usted es un milagro".

    Álvaro tiene los brazos cruzados por cicatrices, dos operaciones. Aún no siente algunos dedos, pero asegura que el apoyo recibido lo hace sentir muy bien y que ni los doctores entienden cómo se recupera tan rápido.

    "No podía levantar los brazos, estaba desplomado en el piso. Dios me levantó.

    "Esto cambió mi forma de ver la vida. La familia se unió más, ahora rezo y valoro más todo.

    Lo que pasó fue por algo y Dios me dejó vivo por alguna razón", dijo. Alvarito, como lo llaman todos, fue ascendido: ahora supervisará el trabajo de otros guardas en varias agencias.

    El viernes seguía recibiendo abrazos, besos y apretones de mano "por ser tan valiente".

    "Solo hice lo que tenía que hacer.

    Don William Hayden, (gerente general del Banco Nacional) me acaba de felicitar por mi valor y me dijo que hice lo correcto".

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    "Sé que soy un milagro"
    Mayra Obando recibió, y devolvió, decenas de abrazos el viernes en la misa. Aquí con su compañero Bernal Villegas.
    Abelardo FONSECA/Al Día

    "Rosita murió en mi hombro"

    "Hasta ahora entiendo lo que son las noches blancas de hospital", dice Mayra Obando.

    "Es terrible pasar 15 noches en vela, rabiando de dolor y saber que volverá a oscurecer y no podrás dormir por tantos recuerdos".

    Ella pasó 20 horas tendida en la agencia bancaria con una bala que le ingresó por la clavícula izquierda y se le alojó en la encía derecha. Todavía la tiene ahí. Y el dolor también.

    Pero esas son solo algunas marcas que lleva por fuera. Las de adentro, "duelen más.

    "Dios me iluminó para que orara por el muchacho (secuestrador). En ningún momento tuve valor para abrir los ojos. Cuando todo empezó, como yo era su jefa, Francini (Prendas, herida) y Rosa (Marchena, fallecida) me pidieron que me quedara con ellas.

    "Rosita me dijo que pidiera ayuda, porque estaba herida pero no tuve tiempo porque en eso, él nos disparó a Francini y a mí. Me salían borbollones de sangre, hasta se me trancó la nariz. Estaba ahogándome, entonces empecé a tragármela.

    "Estábamos agarradas de las manos y rezando. Francini me dijo que habíamos perdido a Rosita. Yo ya lo sabía porque después de que me pidió ayuda, puso su cabecita en mi hombro y ya no la sentí respirar más.

    "Perdí el conocimiento por ratos y le pedí perdón a Dios por haberle dedicado todo mi tiempo al trabajo, porque cuando salía de mi casa y volvía, mis hijos siempre estaban dormidos.

    Cuando todo empezó estaba hablando por teléfono con unos compañeros del banco en San José.

    La línea quedó abierta y hasta las 6 p.m. pudieron escuchar todo.

    "Hay días en que paso bien y otros no. Siento pánico cuando recuerdo que él decía que nos iba a quemar.

    "Yo decía: Señor, mejor que me dispare, pero no permitas que muera quemada".

    "No sentía el cuerpo, no podía moverme, pero cuando oí a Bernal (Villegas) decirle al 'muchacho' que no podía caminar, me levanté. Dios me levantó.

    Ahí abrí los ojos y vi todo, todo lo que no puedo olvidar".

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