Domingo 10 de abril, 2005. San José, Costa Rica.



 

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DOCUMENTO

Extractos del testamento del papa Juan Pablo II

- Velad, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor (Mateo 24, 42). Estas palabras me recuerdan el último llamado que se producirá cuando el Señor lo quiera. Deseo seguirlo, y deseo que todo lo que forma parte de mi vida terrenal me prepare para ese momento.

No sé cuándo eso vendrá, pero, como todo lo demás, también pongo ese momento en las manos de la Madre de mi Maestro: Totus Tuus (Todo Tuyo). En las mismas manos maternales dejo todo, y a todos aquellos a quienes mi vida y mi vocación me han vinculado.

En esas manos dejo, sobre todo, a la Iglesia, y también a mi nación y a toda la Humanidad. Agradezco a todo el mundo. Pido perdón a todos. Pido también la oración para que la Misericordia de Dios se muestre más grande que mi debilidad y que mi indignidad.

- No dejo detrás ninguna propiedad de la que haya que disponer. En cuanto a las cosas de uso cotidiano que me sirvieron, pido que se distribuyan como se considere oportuno. Las notas personales deberán ser quemadas.

- Manifiesto mi más profunda confianza en que, pese a toda mi debilidad, el Señor me concederá toda la gracia necesaria para enfrentar, según Su voluntad, toda tarea, prueba y sufrimiento que quiera requerir de Su servidor en el curso de la vida. Confío, asimismo, en que no permitirá jamás que pueda traicionar mis obligaciones en esta santa Sede de Pedro con alguna de mis actitudes: palabras, actos u omisiones.

- Durante esos ejercicios espirituales, también reflexioné sobre la verdad del Sacerdocio de Cristo en la perspectiva de ese pasaje que, para cada uno de nosotros, es el momento de su propia muerte. De la partida de este mundo para nacer al otro, al mundo futuro, que tiene para nosotros en la Resurrección de Cristo el signo decisivo.

- Hoy sólo quiero agregar que cada uno debe mantener presente la perspectiva de su muerte. Y debe estar preparado para presentarse ante el Señor y el Juez, y al mismo tiempo Redentor y Padre. Entonces también yo tomo eso en consideración permanentemente, confiando ese momento decisivo a la Madre de Cristo y de la Iglesia, a la Madre de mi esperanza.

- Los tiempos en que vivimos son indeciblemente difíciles y preocupantes. Difícil y tensa también se ha puesto la vía de la Iglesia, prueba característica de estos tiempos, tanto para los fieles como para los pastores. En algunos países (como, por ejemplo, donde he leído durante los ejercicios espirituales), la Iglesia se encuentra en un período tal de persecución, que la falta de piedad y el odio superan incluso al de los primeros siglos.

- Deseo de nuevo totalmente confiarme a la gracia del Señor. Él decidirá cuándo y cómo debe terminar mi vida terrena y el ministerio pastoral. En la vida y la muerte, Totus Tuus a través de la Inmaculada. Aceptando ya ahora esta muerte, espero que Cristo me dé la gracia para el último tramo, que es (mi) Pascua.

Espero también que la haga útil a esa otra causa más importante, a la que busco servir: la salvación de los hombres, y de todas las naciones y pueblos (entre éstos me refiero en particular a mi patria en la Tierra), útil para las personas que me confió de forma especial, para los asuntos de la Iglesia y para la gloria del propio Dios.

- El atentado contra mi vida, el 13 de mayo de 1981, confirmó en cierta manera la exactitud de las palabras escritas con motivo de los ejercicios espirituales de 1980 (del 24 de febrero al 1 de marzo). Cada vez siento más profundamente que me encuentro totalmente en las Manos de Dios, y estoy permanentemente a disposición de mi Señor, confiándome a Él a través de su Inmaculada Madre (Totus Tuus).

- Cuando, durante el día 16 de octubre de 1978, el cónclave de cardenales eligió a Juan Pablo II, el Primado de Polonia, el cardenal Stefan Wyszynski, me dijo: el deber del nuevo papa será introducir a la Iglesia en el Tercer Milenio. No sé si repito la frase fielmente, pero es al menos el sentido de lo que entendí en ese momento.

- Como cada año durante mis ejercicios espirituales, he leído mi testamento del 6 de marzo de 1979. Sigo manteniendo las disposiciones contenidas en él. Lo que en la época, y también durante los ejercicios espirituales subsiguientes, fue añadido, constituye un reflejo de la difícil y tensa situación general que reinaba en la década de los ochentas.

A partir del otoño de 1989, esa situación cambió (referencia a la caída del muro de Berlín). La última década del siglo pasado quedó libre de las tensiones precedentes, lo que no significa que no haya traído nuevos problemas y nuevas dificultades. Alabo de manera especial a la Divina Providencia por esa razón, que el período de la llamada Guerra Fría concluyera sin el violento conflicto nuclear que pesaba sobre el mundo en el período precedente.

- A medida que se acerca el final de mi vida terrena, vuelvo con la memoria al inicio, a mis padres, al hermano y a la hermana (que no pude conocer, pues murió antes de mi nacimiento), a la parroquia de Wadowice, donde me bautizaron, a aquella ciudad de mis amores, a mis compañeros de estudios, de la escuela, del liceo, de la universidad, hasta los tiempos de la ocupación, cuando trabajaba como obrero, y luego a la parroquia de Niegowi, a la de San Floriano en Cracovia, a la pastoral de los académicos, al entorno, a todos los entornos en Cracovia y en Roma, y a todas las personas que, de forma especial, me fueron confiadas por el Señor.

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