Lunes 17 de enero, 2005. San José, Costa Rica.


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Homenaje
El 5 de enero, la comunidad de Río Grande se volcó a las calles para despedir a las cinco víctimas de Douglas Araya (inserto en la foto), quien también fue enterrado ese día.
José RIVERA/Al Día

De informante policial a múltiple homicida

Asediado por sus líos un hombre tiñe de sangre pequeña comunidad costera

Sylvia ALVARADO
Christian CAMPOS, corresponsal

Río Grande, Paquera. 1 de la mañana del 1 de enero. En todo el país, miles siguen brindando por el Año Nuevo. En el Paseo de los Turistas, en medio de bombetas y música en vivo, un oficial del OIJ recibe una llamada de quien, dos días después, se convierte en el quintuple homicida de Río Grande, en el protagonista de uno de los peores hechos criminales de los últimos años.

¿Por qué llamaría a un oficial en la madrugada a su teléfono celular? Porque Douglas Araya Castillo era conocido de la policía de esta zona. Por tres años fue informante del OIJ, sin cobrar un cinco.

Lunes 3 de enero. El oficial del OIJ, que había hablado con Araya la madrugada del primero, se moviliza, por carretera, a la escena del múltiple crimen, desde Puntarenas; a toda velocidad y en plena madrugada, mientras cruza el puente de La Amistad, se repite una y otra vez: "¡Ojalá no sea yo quien tenga que acostarlo!".

Además:

  • Homicida fue informante del OIJ
  • "Estoy harto, todo soy yo"
  • "Si llama, lo mato"
  • Ver nota adicional
  • "Lo encontré amarrado al tamarindo. Con el fusil empuñado hacia arriba, como diciendo: 'a mi nadie me acuesta'", recuerda ese oficial, quien aún investiga casos con información que Araya le brindó.

    "M'hijito, ¿por qué te fuiste así?", le reclamó al difunto otro agente, cuando junto a su compañero, bajaban su cadáver del tamarindo de la costa en Playa Pájaros, una playa en que dos semanas antes Douglas había sido testigo de un confuso incidente, relacionado al parecer -según las autoridades - con líos de narcotráfico en la zona.

    La playa del final.

    Precisamente por ese incidente, Araya fue llamado a la delegación del OIJ de Cóbano el 29 de diciembre y sometido a una entrevista investigativa. Los agentes le preguntan qué sabía sobre un asalto ocurrido en dicha playa el 16 de diciembre.

    La conversación es tensa. Los agentes le consultan por una arma utilizada en el atraco. Le muestran un reporte de llamadas que lo comprometía. Lo ponen contra las cuerdas. Le advierten que por ese caso podrían enviarlo a prisión.

    Ante los policías, Araya niega todo.

    Les dice que a Playa Pájaros él se limitó a llevar, en su taxi, a unos extranjeros que querían comprar una lancha.

    Pero en la llamada de la primera madrugada del año, Araya habla de una posible arma enterrada en algún lugar por los supuestos extranjeros y ofrece entregarla si la encontraba. No concreta nada. Anuncia que está harto de los problemas y que quiere acabar con su vida. Cuelga.

    Minutos antes llama a su madre, Lydia Araya, a casa de su hermana en Río Frío. "Tengo problemas con Daris y me dan ganas de hacerle algo a ella y hacerme algo yo. Hijo, no diga esas cosas. Pídale a Dios que lo ayude, no guarde rencor". A las 4 a.m., vuelve a llamarla. "Acuéstese tranquila mamá, ya estoy bien", le dice.

    48 horas después, consuma lo que también había mencionado a muchos desde la infancia.

    Acaba con su vida, al igual que lo había hecho su padre cuando él tenía seis meses. Se dispara en la frente con una AK-47, que la policía presume fue usada en el atraco del 16, y no con un revólver, como su progenitor.

    En su decisión arrastra a cinco víctimas, dos de las mujeres a quien más amó. Tiñe de sangre a la pequeña comunidad de Río Grande. Deja 13 huérfanos y dos libretas perfectamente selladas.

    "El 31 pasó encerrado en la casa de su esposa Edith. Sus hijos lo vieron escribiendo", recuerda su abuelita Fanny.

    Edith entregó las pequeñas libretas de color verde, selladas con goma, a sus destinatarios: su madre y los oficiales del OIJ.

    "Pido perdón"

    En esas cartas, con pésima ortografía, Araya pide perdón a su madre y brinda detalles, aún inéditos, a los policías sobre el asalto.

    "No había indicios que lo vincularan con robos o bandas hasta que prueba documental lo vincula con el asalto", dijo un agente del OIJ en Cóbano.

    Araya se ganó la confianza de la policía de la zona. Igual que se ganó la de las dos mujeres que ultimó, Patricia Ruiz, quien lo demandó por pensión alimenticia y Daris Jiménez. Desde sus días de colegialas, envolvió también a Edith e Ivania, a quienes, sin embargo, no buscó esa madrugada.

    Se ganó también la confianza de Geovanni Oporto, compañero de Patricia, quien concilió con él tras una demanda por amenazas.

    También se ganó la confianza de los monteadores de Río Grande, quienes lo seguían por las montañas de toda la península, aún en pleno temporal y completamente a oscuras. Eduardo Sánchez, quien lo acompañó tres veces a matar venados, lo vio cargar sus armas calibres 12, 06, 30-30, los dos revólveres 45 y sus tres Remington de 18 tiros con magazine.

    "Tenía armas pero yo no sabía ni dónde las compraba", recuerda su madre. "Era el cazador más mañoso. Entraba cuando llovía para que no se escucharan los disparos y se borraran sus huellas", recuerda Federico Schutt, de la reserva Curú, donde lo persiguieron varias veces.

    No tomaba y odiaba que alguien fumara a la par. Pasaba horas sentado en la barra del bar Los Almendros, tomando jugo de tomate y no fue hasta los últimos días que lo vieron bebiendo cervezas y Smirnoff Ice.

    No hay fotos

    En Río Grande, no se consiguen fotos de Douglas Araya. Las que tenía su familia, se perdieron con las inundaciones del río Grande y los vecinos destruyeron aquellas en que aparecía. Les eliminaron su cabeza. No hay fotos de cuando sacaba sal del mar con su abuelo, cosechaba guayaba china o trabaja de guarda en un hotel donde una suite cuesta $1.300 la noche.

    El cachorro que llevaba a montear aún le espera en su casa. El Hyundai Galloper, que usaba como taxi, aún tiene la ventana del copiloto abierta, y está en las afueras de la casa de su abuela, donde nació, exactamente a cuatro kilómetros del lugar donde acabó con su vida, amarrado a un árbol de tamarindo, similar al que sus abuelos sembraron en el jardín cuando él nació y donde jugaba de pequeño.

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    Documentos
    El miércoles, Lydia Araya, madre de Douglas, mostró el permiso para cazar del MINAE, un título de un curso policial y un dictámen psiquiátrico que daba fe de que su hijo era "normal".
    Érick CÓRDOBA/Al Día

    Homicida fue informante del OIJ

    Trabajó en Tango Mar y tenía permiso para cazar

    Sylvia ALVARADO
    Christian CAMPOS

    Río Grande de Paquera. Douglas Araya, quien mató a cinco personas en Río Grande de Paquera y acabó con su vida, la madrugada del 3 de enero, colaboró como informante del OIJ en esa región.

    Así lo reconoció un oficial de ese organismo en Cóbano. "La policía necesita tener contactos de todo tipo. No había indicios que lo vincularan con robos o bandas hasta que prueba documental lo vincula con el asalto del 16 de diciembre".

    "Uno siempre cuida que los informantes no comprometan la lealtad ni la misión de la policía", agregó el oficial.

    Araya también contaba con un "curso básico policial", otorgado por la escuela de Capacitación Profesional para oficiales de seguridad Carabineros S.A.

    En el certificado, obtenido en noviembre de 1998, se aclara que dicho curso cuenta con aval del Ministerio de Seguridad.

    El presidente de Carabineros S.A., Marco Calderón, no recordó a Araya pero aclaró que posterior al curso, las personas requieren inscribirse como vigilantes privados ante el Ministerio de Seguridad, donde deben presentar exámenes psicológicos.

    El ministro de Seguridad, Rogelio Ramos, informó que no existen registros de Araya en el ministerio. Tampoco fue acreditado como vigilante privado por ninguna empresa ni tenía permiso para portar armas. Ramos aclaró que aunque la escuela cuente con autorización del ministerio, es "completamente irregular" llamar "curso básico policial" a uno que no es impartido por la Escuela de Policía.

    Lydia Araya, madre de Douglas, informó que su hijo "sacó ese título" para poder trabajar en el hotel Tango Mar, uno de los más lujosos de la zona.

    Un alto ejecutivo de ese hotel corroboró que Araya laboró ahí desde principios de 1996 hasta diciembre de 1998.

    "El hotel le solicitó ese curso. Él fue a varias capacitaciones, pero después no presentó el exámen psicológico. En una oportunidad comentó que su papá se había suicidado".

    "Al principio era puntual, después empezó a fallar. Descuidaba su trabajo por estar con Daris, a quien llevaba a escondidas. Cuando el administrador lo despidió, Douglas le advirtió que se cuidara", dijo el ejecutivo, quien no quiso ser identificado. Araya tenía en su poder una carta de recomendación del jefe de instructores de la Academia Nacional de Policía, Hugo Uba Monge, fechada el 4 de julio del 2000 quien informa "a quien interese" que Araya "hace gestiones para obtener un puesto" en el Ministerio de Seguridad que, a la postre, no se concretó.

    En julio del 2003, y tras pagar ¢6 mil y presentar copia de la cédula y dos fotos tamaño pasaporte, el MINAE de Jicaral le extendió un permiso para cacería mayor que no renovó en su vencimiento, un año después, informó Yorleny Sánchez, asistente de esa oficina.

    Foto Principal: 888655
    Nueve días después
    Todavía el jueves, Paula Rojas, madre de Patricia Ruiz, no se sobreponía a la tragedia que acabó con la vida de su hija y su compañero, Geovanni Oporto. Al fondo, Patsy y su hermanito Johan, ahora huérfanos, jugaban en silencio.
    Érick CÓRDOBA/Al Día

    "Estoy harto, todo soy yo"

    Douglas Araya se quejaba con frecuencia frente a sus hermanas. Decía que estaba "harto porque todo lo que pasa en Río Grande, soy yo".

    Y es que el niño que asistía a la iglesia evangélica y no quiso seguir en el colegio "porque se quedaba botado cuando los profesores dictaban muy rápido" pronto se ganó fama de mujeriego, pleitero y hasta ladrón. Víctor Barboza, uno de sus maestros, lo recuerda como "retraído y callado", pero "un muchacho que trataba de defender sus posiciones aunque fueran rudas".

    Su nombre desata contradicciones. Mientras que Edith, su primera esposa, dice que "era muy respetuoso y nunca me agredió ni verbal, ni físicamente", las mamás de sus compañeras, Daris y Patricia, aseguran que ellas le tenían miedo porque era muy violento y capaz de hacer cualquier cosa.

    Araya se crió con sus abuelos y sufrió mucho cuando éste murió en el Hospital Blanco Cervantes, en San José, a dónde él mismo lo había trasladado en su vannette negra, (con la leyenda "Cazador" en el parabrisas).

    Araya jugaba como defensa izquierdo en el equipo de su pueblo. Su entrenador, Pedro Montiel, dice que ahí, nunca se agarró con nadie, "era fuerte pero no mal intencionado". Dejó el fútbol porque, tras una monta de toros, tuvo que ser operado y tenía pines en sus dos rodillas y el brazo izquierdo se le desmontaba solo, recuerda Miguel Ángel Jiménez, hermano de Daris, una de las víctimas. Dicen que hablaba poco pero conquistaba mujeres con gran facilidad y aunque no bailaba, siempre iba "muy bien mudado y perfumado" a los bailes.

    "Si llama, lo mato"

    Rodrigo Chaves, cantinero del bar Los Almendros, tiene aún fresca la madrugada del 3. "Me pidió que le diera la mano. Se la dí; le dije que se calmara. La gente gritaba que llamaran a la policía".

    "Si la llama, lo mato. Ya maté a cinco", dijo y disparó con la AK contra el suelo, hiriendo accidentalmente a su amigo Alejandro Rojas. "Rigo, ¿usted sabe cómo murió mi papá?", le preguntó al cantinero. "Douglas, que Dios lo acompañe, piense lo que va a hacer".

    Se fue caminando sin camisa, con dos fajas de tiros cruzándole el pecho y sus botas pringadas de sangre.

    "Sabía que las mujeres lo tenían en un callejón sin salida pero nunca le dije nada", lamenta su abuela. "Ante Dios no cumplimos con seguirle hablándole de la palabra", secunda su madre.

    "Compliqué mi vida. Las mujeres son muy bonitas pero al mismo tiempo son un infierno", sentenció en la última carta a su mamá.

    19 días de tensión

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    16 diciembre 2004:

    Asalto en Playa Pájaros, Paquera. Cinco personas, supuestamente ligadas al narcotráfico, robaron ¢5 millones a un hombre de apellido Thomas, de 40 años, a quien le propinaron dos disparos en una de sus piernas. La policía judicial empieza a investigar. La zozobra se apodera de un pueblo agrícola.

    29 diciembre 2004:

    Douglas Araya Castillo es llamado a la oficina del OIJ de Cóbano, como testigo del asalto ya que presuntamente trasladó, en su taxi, a los supuestos asaltantes. Es indagado sobre presuntas llamadas salientes y entrantes entre su celular y el de Thomas, víctima del asalto. Los oficiales le advierten que si resulta implicado, sería enviado a la cárcel.

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    31 diciembre 2004:

    Familiares ven a Araya, encerrado en la casa donde nació, junto a la de su abuela, escribiendo las cartas que días después hallaron las autoridades y su familia.

    1 de enero 2005:

    Araya contacta a un oficial del OIJ. Le menciona la posibilidad de hallar el arma utilizada en el atraco, supuestamente enterrada en la playa. Le dice que él no va a ir a la cárcel por el asalto. Que tiene presiones y pretende acabar con su vida.

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    3 de enero 2005:

    Con un fusil AK-47, Araya asesina a cinco personas, hiere a una, dispara contra tres casas y acaba con su vida en Playa Pájaros.

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    5 de enero 2005:

    La comunidad de Paquera entierra a sus víctimas: Daris Jiménez, de 22 años, Giovanni Oporto, de 23 y compañero de Patricia Ruiz, de 27, Blanca Madrigal de 49 y su esposo Socorro Céspedes, también de 49 años. Araya fue enterrado horas más tarde en el mismo cementerio.

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    7 de enero 2005:

    El OIJ allana dos casas en Río Grande, donde decomisan el revólver calibre 38, utilizado tanto en el asalto como en el primero de los asesinatos.

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    13 de enero 2005:

    La comunidad se une para el novenario de sus víctimas. Ese mismo día, el OIJ indaga a varias personas, en calidad de testigos, para esclarecer el caso.

    15 de enero 2005:

    El sacerdote Luis Carlos Aguilar y los psicólogos Yenorys Obando y César Jiménez de Puntarenas atienden a huérfanos y familiares de los afectados en Río Grande.

    Fotos de José RIVERA y Érick CÓRDOBA/Al Día

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