Viernes 11 de marzo, 2005. San José, Costa Rica.



 

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Foto Principal: 926805
"Hice bien"
Álvaro Castro Arias guarda del Banco Nacional de Monteverde, aseguró ayer, a las 12:37 p.m., en el sétimo piso del Hospital México, que su accionar estuvo acorde con su trabajo y que no se arrepiente de nada.
José RIVERA/Al Día

Este guarda vale oro

"No me arrepiento de nada", dice vigilante que mató a dos asaltantes

Álvaro SÁNCHEZ CÓRDOBA

Hospital México, sétimo piso, jueves 12:35 p.m.Soy Álvaro Castro Arias, tengo 20 años y el martes anterior cumplía un año y nueve meses de trabajar como agente de seguridad para la empresa Delta.

Mis padres son Álvaro Castro Muñoz y Zulay Arias Huertas y tengo dos hermanas: Dinia y Martha.

Toda mi familia es de Monteverde. Siempre me gustó ser oficial de seguridad, me gusta lo que hago y no me arrepiento de nada.

Además:

  • "Asaltante me pidió que lo matara"
  • "Llave rota me salvó"
  • La ironía de un préstamo
  • Guardaparques estable
  • El martes llegué al banco por la mañana como normalmente lo hago. Todo parecía tranquilo, nada hacía presagiar que algo malo estaría por ocurrir, mucho menos, lo que todos sabemos que pasó.

    Acababa de ver hacia la calle, pero regresé mi mirada hacia la fila de clientes. Volví hacia el cubículo de seguridad y de nuevo a la calle.

    No podía creer lo que veía, tres hombres estaban en la puerta con pasamontañas y fuertemente armados. Fue cuando dije que no podía dejarlos ingresar.

    Ellos dispararon contra la puerta de vidrio y yo reaccioné.

    Le disparé a uno de ellos y lo maté, luego yo recibí un disparo en mi brazo derecho y unos segundos después no podía mover la mano.

    Otra vez me dispararon y me volvieron a herir. En un momento no podía disparar porque parecía que el arma se había atorado.

    Noté que apenas podía mover mis dedos, pues tenía el brazo muy herido.

    Aún así levanté mi arma y le disparé a otro hombre que venía aún desde afuera del banco. También lo maté.

    En ese momento recibí un disparo más cerca del estómago y me desplomé. Me quedé en el piso sin moverme.

    En el suelo

    Escuché cuando alguien preguntaba que si yo estaba muerto, contestaron que sí.

    A pesar de eso alguien dijo que me quemaran otra vez y sentí un tiro en mis costillas, pues estaba boca abajo.

    Luego sentí otro por la espalda.

    En total, cinco veces me dispararon (recibió uno en el tórax, dos en las piernas, uno en la espalda y otro en un brazo) pero sabía que estaba vivo.

    Me quedé por varias horas tirado en el piso y sentía dolor, mi brazo estaba muy mal, lo sentía dormido.

    No quería que se se dieran cuenta que aún vivía, por eso con mucho cuidado miré si alguien estaba cerca, me cercioré de que podía huir en algún momento.

    No me acuerdo qué hora era, pero estaba oscuro y aproveché para salir.

    Me arrastré hasta la puerta y caminé hasta una esquina del banco.

    Luego corrí hasta donde estaba la policía. Ahí recibí atención y recuerdo que me trasladaron por aire hasta el aeropuerto y luego hasta este hospital.

    Siempre tuve miedo, no lo voy a negar, pero sabía que había hecho bien y que iba a salir bien de ésta.

    No me arrepiento de nada de lo que hice.

    Estoy satisfecho de mi reacción. Fue lo mejor que pude hacer, no podía dejar que ingresaran al banco, ese era mi trabajo.

    Si tuviera que volverlo a hacer, lo hago, sin ninguna duda.

    Solo puedo decirle a mi familia y amigos que estoy bien, me recupero satisfactoriamente, aunque aún los recuerdos son muy intensos y me desestabilizan emocionalmente.

    En este hospital me han tratado muy bien, estoy muy contento con mis compañeros de sala y con los doctores que me han ayudado mucho.

    Foto Principal: 927078
    La última rehén
    Elizabeth Artavia, la última rehén de la agencia bancaria, narró ayer a Al Día, desde su casa en Tilarán, los tristes pasajes que vivió durante 28 horas, muy cerca del asaltante.
    Erick CÓRDOBA/Al Día

    "Asaltante me pidió que lo matara"

    Elizabeth Artavia la última rehén, habló con Al Día

    Mercedes AGUERO ROJAS

    Elizabeth Artavia, cajera del Banco Nacional, fue la última rehén en salir el miércoles. Estuvo muy cerca del asaltante y narra esos momentos:

    "No los vi entrar. Estaba atendiendo a un cliente. En eso escuché que el guarda gritaba: 'Don Félix la alarma, don Félix la alarma'. Salí y vi que estaba pasando algo afuera. Me metí debajo de un mueble, ahí estaba el jefe de crédito y una compañera. Luego entró esta persona y gritó: 'Están de rehenes, están de rehenes'. En la balacera escuché a un hombre que se quejó.

    Llegó donde estábamos. Me decía: ¿donde están los ladrones?, lo decía como loco. Ahí estábamos, Juan Pablo, Nancy y yo. Luego nos pidió agua y pastillas porque estaba herido.

    A las horas de estar ahí decía que quería matarse. Me pidió que le escribiera una carta. En ella pedía perdón a Dios y a la esposa y decía que no quería funerales y que no lloraran por él.

    Cuando terminé, él la selló con sangre. Luego me ofreció el arma para que lo matara. Le dije que no podía hacer eso. También le pidió a Nancy y a Bernal que lo matarán.

    Como estaba herido y sangrando me pidió que lo curara, pero en el banco no había nada. Me dio unos pañuelos y se los amarré en las heridas.

    Juan Pablo

    No se qué pasó con Juan Pablo. El se lo llevó varias veces para la sala. A la tercera vez no volvió. Le pregunté: ¿Qué se hizo Pablo el compañero que estaba con nosotros? Dijo que lo tenía en el cuarto con los otros rehenes, curando unos heridos. Creí que era cierto.

    Al otro día como a las 7 a.m. escuchamos una muchacha pidiendo ayuda. Él nos dijo que fuéramos a ayudarle. Cuando la levanté vi que había una compañera muerta, volví a ver hacia un lado y estaba Pablo muerto. Fue impactante. No esperaba ver eso. En ese momento me di cuenta que había más cuerpos. Esa noche algunos pasaron agonizando.

    Él decía que no nos iba hacer nada, eso nos tranquilizaba un poco. Pero a veces nos amenazaba y luego decía que era para presionar a la policía.

    Engaño

    Siempre nos hizo creer que había otro asaltante en el banco. Decía: 'Un compañero mío está con otros rehenes en el baño'. Pidió comida para dos personas.

    El casi siempre estuvo con nosotros. Salía poco a la sala.

    En la noche, como a las 7:30, escuchamos que había alguien en un cuarto. El pidió que abriéramos la puerta y era Bernal. El estaba listo para dispararle, pero le dijimos que era un compañero. Él disparaba constantemente para afuera o para el cielo raso. Andaba una AK-47 y un arma más pequeña.

    Sacaba pólvora de los casquillos y se la comía. Decía que le quitaba el hambre y la sed.

    Las negociaciones

    Al rato de estar ahí, sonó el celular de Pablo. El contestó y dijo que tenía rehenes. Luego nos puso a llamar al 911 y de ahí lo pasaron con la policía y empezaron a negociar. Cuando el celular se descargó, colocamos un telefax en la oficina para que pudiera llamar. A ratos se enojaba porque no le daban las cosas que pedía. Pidió ¢15 millones. Luego pidió un carro con chofer para salir. También pedía licor".

    Elizabeth tiene 31 años y 12 de laborar para el Banco Nacional. Ha presenciado tres asaltos, pero después de lo vivido estos días, se cuestiona si volverá a su trabajo.

    Foto Principal: 927000
    Increíble
    Cristian Campos narró ayer los momentos que vivió dentro de la agencia del banco. El joven afirmó que pensaba muchos en sus hijas.
    Erick CÓRDOBA/Al Día

    "Llave rota me salvó"

    Christian Campos, cajero

    Monteverde. Aún tratando de controlar los nervios, Cristian Campos, uno de los rehenes, no dejaba de abrazar ayer a sus pequeñas hijas Naomi y Michele, de tres y cinco años.

    En ellas pensó las 23 horas que permaneció acostado en el piso en su cubículo de cajero. "Sentía nervios, hambre, sed, ganas de ir al baño pero uno sabe que se aguanta o se muere".

    Quiso salir de su cubículo en cuanto escuchó las primeras ráfagas de los asaltantes, pero la llave se le quebró en el llavín. Ahora piensa que eso le salvó la vida.

    "Gracias a Dios se me quebró la llave porque si no me hubieran matado. Me agache pero uno de los asaltantes gritó aquí hay uno. Yo grite que se me había quebrado la llave y el otro dijo: dejá a ese ahí que 'de porsi' está encerrado, sin llave".

    "Salí como a las 3 p.m. cuando entró la PEA y empezó a volar balas. Yo dije estoy aquí abajo no disparen y entonces me gritaron vuélese por encima de la caja. Me hice tirado y le pregunte a Elizabeth como estaba, ella me contestó que estaba bien y pude salir.

    Cuando entraron, fue un caos, todo el mundo gritaba, se tiraban al suelo. Uno dijo, quiten de aquí porque voy a disparar.

    Yo sabía que había dos señores (asaltantes) adentro pero no sabía donde estaban exactamente. Los oía hablar con los policías y la fiscal. Pedían un carro y yo no entendía por que no se los daban y ya.

    Todas esas horas, en la agencia reinó el silencio absoluto. Ellos decían: silencio, silencio, silencio. Y uno sabe que hace caso o muere".

    Foto Principal: 927041
    Conmocionado
    Mientras Hernán Ramírez habla, luce nervioso, sudoroso, tiene una herida en un pie y en las manos. Está ojeroso. Le cuesta sostener la mirada. Solo observa a su esposa e hijos y trata de sonreír. Es difícil volver a empezar.
    Erick CÓRDOBA/Al Día

    La ironía de un préstamo

    Hernán Ramírez

    Lo más irónico es que Hernán Ramírez detesta ir al centro. Lo suyo es el verde, el campo, la siembra. Pero el martes, con un amigo, Víctor Badilla, habían quedado de ir al banco por un préstamo, por un mejor futuro.

    Fue el comienzo de la pesadilla. Un terrible sueño del que Badilla no despertaría.

    Eran pasadas las 3 p.m. Todo estaba en calma. Y entonces vinieron los balazos y el corazón del agricultor que nació en San Pedro de Río Chiquito de Tilarán se paralizó. La vida, la familia, en un segundo, pasaron por sus ojos.

    "Entraron disparando a la puerta y con los dos pies terminaron de quebrar el vidrio. No había compasión.

    Uno de ellos estaba como endemoniado, disparó y asesinó a un hombre que estaba a dos cuartas de mi cabeza. Hizo lo mismo con una mujer que estaba a mi otro lado. Usted no se imagina lo que yo sentí en ese momento. Creí que iba a morir y que jamás volvería a ver a mi esposa y los chiquitos.

    Lo que más me erizó y por lo que más temí fue por el recuerdo de que en las películas, los maleantes entran y piden todo el dinero, pero aquí no fue así, aquí solo comenzaron a disparar contra todos", nos contó.

    "Sentí que me desmayaba porque a mí lado un hombre tenía un gran pozo de sangre, se quejaba, suplicaba clemencia", agregó.

    Pasaron las horas, casi nueve, "eternas, terribles".

    "Entonces un amigo me dijo que saliéramos. Me costó decidir, lo hice porque pensé que el riesgo de salir, era igual al que tendría si entraba la policía y había disparos".

    Se arrastró, en silencio, temeroso, pensando si llegaría a cada metro siguiente, pensando si esa puerta rota estaba más lejos o más cerca. Al fin, salió.

    De esa salió. Una puerta quedaba atrás.

    Ciertamente, faltan muchas otras, porque don Hernán no se siente bien.

    Foto Principal: 926936
    Que vuelva pronto
    Compañeros y amigos del guardaparques Gerardo Céspedes Rodríguez esperan que pronto vuelva a estar con ellos laborando. La foto fue tomada ayer, a las 2:42 p.m., en la sede del Bosque Eterno de los Niños, donde trabaja.
    Edgar CHINCHILLA/Al Día

    Guardaparques estable

    Con múltiples heridas

    Edgar CHINCHILLA, corresponsal

    El guardaparques y subdirector de la Asociación Conservacionista de Monteverde, Gerardo Céspedes Rodríguez, de 52 años|, se mantenía ayer en condición estable y fuera de peligro en el Hospital México, luego de que recibió cuatro balazos -dos en el brazo izquierdo, uno en el derecho y uno en el pómulo- durante el fallido intento de asalto a la Sucursal del Banco Nacional en Santa Elena de Monteverde.

    Uno de sus compañeros, Hernán Chacón Castro, comentó ayer en la sede de la reserva del Bosque Eterno de los Niños, en La Tigra de San Carlos, donde labora Céspedes, los momentos que vivió su compañero durante las horas que pasó retenido.

    "El iba acompañado de otro compañero que decidió esperarlo en las afueras del banco. Iba a efectuar una transacción. A los dos minutos de estar dentro, fue cuando se dio la balacera. Estaba de último en la fila cuando todo el mundo decidió tirarse al suelo". Unos 20 minutos después, es cuando uno de los asaltantes le disparó en cuatro oportunidades a Céspedes en las piernas, al parecer, luego de que creyó que era policía, ya que andaba un pantalón de fatiga.

    A partir de allí le fue imposible movilizarse. Otro compañero del herido, que seguía por televisión el movimiento decidió llamarlo al teléfono celular que portaba. Su sorpresa fue cuando le contestó otra persona, que le dijo con voz nerviosa que el dueño de ese celular había sido baleado y que estaba en el suelo.

    Ayer, su hijo Kenneth Céspedes, dijo afuera del Hospital México que su padre estaba más tranquilo, luego de que fue sometido a una operación de seis horas, donde le reconstruyeron la parte izquierda de la cara. Agregó que el mayor deseo de su padre es regresar al trabajo y reunirse con sus compañeros.

    Céspedes es guardaparques desde hace 15 años, y cubre junto a varios compañeros un área de 22 mil hectáreas, que abarca San Ramón, La Tigra de San Carlos, Upala y termina en Monteverde.

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