Desde mi espejo
El juego de los diablitos Haydée delev, actriz
Días atrás, tuve que llevar a mis nietecitas a una fiesta de “Halloween”, en la que grupos de niñas y niños disfrazados se acercaban a las puertas de las casas y, al grito de “¡Jalouín!”, pedían golosinas.
Recordé entonces que, recién llegada al país y estando sola una noche en la casa, tocaron insistentemente el timbre de la puerta. Al abrir, se me abalanzaron los infantes de un numeroso grupo (comandado por personas mayores), todos disfrazados, gritando a voz en cuello “¡Jalouín!”, y sacudiendo bajo mi nariz bolsas y canastas.
Quedé perpleja: ¿qué tenía eso que ver con Costa Rica?
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Como yo no entendía lo que decían ni lo que querían, cerré la puerta y no volví a abrir.
Cuando supe de qué se trataba el asunto, quedé perpleja. ¿Qué tenía eso que ver con Costa Rica? Nada de nada, una copia más, y hasta hoy en día, de festejos importados.
Me pregunto si alguien sabrá qué es el “juego de los diablitos”, una tradicional fiesta boruca, en la que los pobladores del lugar usan disfraces hechos por ellos para evocar la lucha de su pueblo contra los conquistadores, representados por una gran cabeza de toro.
Esa sí es una legítima tradición de Costa Rica, la que, por lo visto, no les interesa festejar más que a los verdaderos y ancestrales dueños de esta tierra.
Y esto es parte de nuestra paulatina pérdida de identidad nacional, pero ¿a quién le importa?
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