Pido la palabra

Barbie

Cuando le dije a mi marido que el regalo para mamá en Navidad sería una Barbie, me volvió a ver confirmando mi locura absoluta.

Y es que ese año, a mi hija le habían traído la que estaba de moda. Lo extraño fue que la que jugaba, vestía y desvestía a la muñeca era mi madre.

Cuando yo le preguntaba por qué, ella me decía que de niña, las muñecas eran de porcelana y no se podía jugar con ellas…

Así que me decidí a regalarle a mamá una, para que tuviera la propia.

Cuando le dimos el paquete envuelto entre lazos verdes y rojos, ella no sospechaba su contenido, ¡y la sorpresa fue inmensa!

Abrazó la caja y con pasión de niña, cerró los ojos y en voz alta dijo: ¡Por fin ya tengo mi propia Barbie!

No sabíamos que esa iba a ser la última Navidad de mamá con nosotros y cuando recogí esos pequeños tesoros que dejan las personas amadas para incorporarlos a los míos, por supuesto estaba la muñeca en su cajita de cartón y su sonrisa eterna.

Mañana es Navidad y de seguro usted ya tiene sus “paqueticos” listos para dar y a lo mejor recibirá unos cuantos.

Yo le cuento esta anécdota sacada del libro viejo de mi corazón, para que le demos a estas fechas el sentido y el simbolismo que realmente tienen.

Lo que cuenta, no es el precio ni el tamaño. El secreto a lo mejor está en dibujar sonrisas indelebles como la de aquella muñeca en nuestros seres queridos y hasta desconocidos, que uno pueda poner en la balanza cuando Dios nos llame a dar cuentas.