Testigo de cambio
Garcitas de isla Cabuya Miguel Salguero Periodista
El sepelio incluía una curiosa opción: parientes y amigos caminando con el muerto al hombro o, según la hora, en bote, porque, cuando la marea baja, queda una “carretera” de piedra por varias horas; pero, cuando las aguas suben, no queda más remedio que llevar al finado en bote.
Se trata de la isla-cementerio conocida como Cabuya, en la Península de Nicoya, adonde se llega por Cóbano y Montezuma, en las cercanías de la reserva absoluta Cabo Blanco, el primer territorio totalmente protegido de nuestro país. Y esto, cosa que a nadie debe sorprender, debido al tesón de una pareja de extranjeros.
La isla Cabuya – nombre que se le dio porque se encuentra allí una especie de cabuya bastante rara– fue escogida como el sitio ideal para un descanso realmente en paz, desde que llegaron los primeros campesinos a abrir brecha en la selva. Tiene a la entrada un arco de cemento y las tumbas varían, como en todo cementerio; algunas son de tamaño apreciable.
En esta isla encontramos algo que buscábamos durante años: un sitio de anidamiento de las garcitas ganaderas, las mismas que usted ve siempre a la par del ganado. ¿Viven de las garrapatas? No; de los insectos que se levantan al paso de los rumiantes.
Debajo de los arbustos, las iguanas se aprovechan de los innumerables nidos: pichón que cae, pichón que pasa por sus gargantas.
Gracias a este “descubrimiento”, conseguimos contestar a un lector curioso que nos preguntó sobre el asunto desde San Isidro de El General.
Y un dato final: dichas garzas llegaron procedentes de África.
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