Gregorio Collado, capitán del Piscis III:
“La ayuda nunca llegó y nos quedamos a la mano de Dios”
La tripulación del barco perdido le atribuye a un milagro el haber regresado con vida Julio Peña, corresponsal y Rodolfo Martín rmartin@aldia.co.cr
Carrillo, Guanacaste.- El hombre adulto, sus dos hijos y los dos vecinos –todos muchachos– se abrazaron en la proa del Piscis III, elevaron la vista al cielo; dieron gracias a Dios e irrumpieron en un fuerte llanto.
El barco mercante, que había pasado a toda velocidad a 250 metros de ellos, se detuvo medio kilómetro atrás y, después de sonar su poderosa sirena, doblaba y enfilaba su gran casco hacia ellos.
Era la mañana del 31 de diciembre anterior, el capitán Gregorio Collado Taylor, de 41 años de edad, sus hijos Deirin, de 19, y Mainor, de 17, así como sus vecinos, Kevin Avilés, de 15, y Róger Quintero, de 18, eran rescatados por el “Warrior”, un barco polaco, tras 48 días de estar a la deriva.
Ellos habían zarpado el 16 de noviembre de 2006, a las 11:00 a.m., de Playas del Coco, para ir a pescar 15 días al Golfo de Papagayo, situado a nueve horas de allí.
Pero en el segundo día de viaje, se rompió la manguera que enfría el reversible del motor y comenzó el martirio.
300
kilos de pescado para capturar era la meta de la tripulación del Piscis III en su primer día de trabajo en alta mar.
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“Intenté resolver el problema. Sin embargo, rápido supe que no sería posible porque, aunque tenía las herramientas, carecía del repuesto”, recordó el viernes por la tarde el capitán Collado, en su casa, en el barrio “La Paloma”, a tres kilómetros de Playas del Coco, en Carrillo, Guanacaste.
Ante esto y, por medio de radio, comenzó a buscar ayuda de otros pesqueros que navegaban en la zona.
“Localicé al capital del Calixto II en San Juan del Sur de Nicaragua. Él me dijo que no me preocupara, que me iba ayudar por lo que le di mi posición exacta”, relató Collado, padre de nueve hijos con edades entre los 23 años y un año y seis meses.
El 18 de noviembre volvió a contactar al pesquero y su capitán le reiteró: “no lo voy a dejar solo, ahorita llegó”.
Un día más tarde se comunicó con él y, éste, además de reiterarle la ayuda, le informó que había hablado con el capitán de una lancha en playas del Coco. Él sería quien supuestamente le llevaría el repuesto.
“La ayuda prometida nunca llegó y nos quedamos a la deriva, a la mano de Dios”, dijo Collado.
A esas alturas, el radio había quedado fuera de servicio al agotarse las baterías y el Piscis III, sin control, dejaba la costa a tres millas por hora.
El único consuelo era que el tiempo estaba calmo, no había oleaje, la temperatura era fresca aunque con visos de lluvia.
A partir de ahí y hasta el final, Collado asumió una actitud sustentada en tres razones como única opción para sobrevivir.
“Le transmití a los muchachos que sólo con una fe absoluta en el Señor, siendo fuertes y manteniéndonos unidos podíamos regresar sanos y salvos a nuestras casas”, expresó.
Igualmente, dispuso racionar los alimentos, el agua y prestar guardias.
“Nunca perdí la convicción que Dios nos ayudaría, aunque hubo momentos de preocupación y aflicción. En especial por fuertes oleajes donde temí volcarnos y naufragar”, comentó.
El Piscis III habría sido localizado si un helicóptero y unas avionetas que lo sobrevolaron lo hubieran divisado. Pero no fue así. Tampoco los vio un barco que pasó muy cerca de ellos.
“El 31 de diciembre, como a las 2:00 a.m., al ver que estábamos casi sin agua, me arrodillé y le oré al Señor por un milagro”, aseguró emocionado.
Acto seguido, abraza a Jeremy, el menor de sus hijos como para retomar el control.
“Le dije: Dios mío, yo ya soy un viejo, pero ¡por favor, ten piedad por estos muchachos para el bien de tu gloria!”.
A las 6:30 a.m., Róger, quien estaba de guardia, lo llamó para advertirle que divisaba un mercante. Ambos guardaron el secreto hasta tanto no tenerlo cerca.
“Al ver que se aproximaba y que pasaría a uno 250 metros despertamos a los demás.
Cada uno agarró una vara, les pusimos unas bolsas plásticas semejando banderas y cuando se acercó ondeamos las señales”.
El mercante pasó rápido. Sin embargo, a los 500 metros paró, sonó la sirena, dio la vuelta y enfiló el casco hacia donde ellos.
“Levantamos la mirada hacia el cielo para darle la gloria al Señor por el milagro que había hecho a la vista de todos nosotros”, recordó Collado.
¡Habían sido rescatados¡
Claves
La cuota de consumo diario de agua, para extender lo más posible las reservas existentes, fue de media taza de agua dulce por la mañana y una cantidad igual por la tarde para cada uno de los tripulantes.
“¿Cómo quedó el clásico?”, esa fue la primera pregunta que le hicieron los tripulantes del Piscis III a los miembros de la Patrullera Pancha Carrasco cuando los recogió del barco que los socorrió y los llevó a Golfito.
Los pescadores hicieron una hoguera donde quemaron todas su ropas y hasta los forros de los colchones para llamar la atención de un helicóptero que los sobrevoló. Sin embargo, no fueron socorridos.
Los tripulantes, incluido su capitán, tenían la orden de, al menos, bañarse tres veces al día con la intención se sentirse “frescos y optimistas”. Obviamente, el aseo siempre fue con agua de mar.
Los pescadores básicamente se alimentaron de tortugas. Alo largo del viaje sacrificaron unos 80 animales. Les resultaban más fáciles de cazar que los peces porque llegaban a comer las algas adheridas a la lancha.
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“Miedo de no volver”
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Kevin de Jesús Avilés Reyes Esteban Dato
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A sus 15 años, este joven marinero guarda el amargo momento en que un barco mercante de gran tamaño “pasó muy cerca de donde estábamos y por más señas que hicimos siguió de largo”.
Fue en ese instante que Kevin se llenó de desesperanza... “tuve miedo de no volver a ver mi familia, a mis amigos y de quedarme para siempre en el mar”.
A partir de esa experiencia, la oración fue su consuelo y fortaleza en medio de la inmensidad del océano. Por ahora, Kevin solo piensa continuar en tierra mientras el tiempo le hace olvidar. Luego buscará otra oportunidad para continuar con la pescas: su gran pasión.
“Viera qué alegría más grande cuando apareció el barco que nos rescató”, dijo.
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“Solo pensaba en mi familia”
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Mainor Taylor Guzmán Esteban Dato
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El solo hecho de llegar a perder a su familia hace que Mainor Teylor Guzmán lo piense dos veces antes devolver a la pesca artesanal.
“No estoy seguro de querer regresar” asegura, mientras recuerda los instantes más dolorosos de su vida a la deriva y con la duda de ser rescatados.
“Fue terrible el miedo de no ver a mi mamá de nuevo, y el desamparo en que ella y mis hermanos estaban.
Eso no me dejaba tranquilo. Al aparecer el barco, recordé los consejos de mamá; caí de rodillas, lloré y le di gracias a Dios por esta nueva oportunidad”.
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“El que muera se va al agua”
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Deiryn Taylor Guzmán Esteban Dato
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A Deryn Taylor, el temor de acabar en el fondo del mar lo acompañó a lo largo de la travesía. La angustia fue tal que “era tanto la preocupación que pensé que el destino era morir”.
“Sin esperanza de volver por lo lejos que estábamos, solo era mar y cielo... todos los días. Aquello se volvía desesperante”.
“La desesperanza también era por la falta de agua la cualracionábamos”.
“Me asustaba pensar cuál sería nuestra reacción si el agua llegaba a gastarse.
Eso me estaba volviendo loco y creo que algo malo habría pasado”.
Para empeorar la situación, uno de ellos decía que estaban condenados a morir y que “el que va muriendo, va para el agua”. Para Deiryn , el ser rescatado y volver con su familia es “como una segunda oportunidad que le brinda Dios, la cual hay que aprovecharla para dejar atrás el pasado y tener un cambio de vida”.
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“Pienso seguir pescando”
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Roger Quintero Aguilar Esteban Dato
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Dos meses antes del accidente con el Piscis III, Roger Quintero tuvo que luchar nadando por su vida.
La panga en la cual pescaba pargo se partió y se hundió frente a playa Sámara.
Él sobrevivió porque se aferró a unas boyas hasta ser auxiliado por unos pescadores. Sin embargo, esta vivencia en nada se compara con la reciente experiencia.
En la soledad del mar, por las noches, hubo momentos que se aislaba a llorar, porque había perdido toda esperanza de ser rescatados.
“E l capitán me alentaba para que no aflojara”, relató. Por las noches, el temor aumentaba ante la amenaza de grandes barcos mercantes que podrían arrollarlos y hundirlos fácilmente.
“No había manera de comunicarnos con ellos y eso era angustiante”.
A pesar de su edad (18 años) Quintero se considera todo un marino experimentado, pues pesca desde que tenía siete. “Espero recuperarme un poco para seguir pescando”, dijo. Él fue quien, mediante unas marcas que anotaba en una tabla, le anunció a los compañeros que era 24 de diciembre.
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“No quiero vivir otra experiencia como esa”
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María Félix Guzmán: hoy ríe como no lo había hecho en semanas atrás. Esteban Dato
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Mujer agradecida.
Doña María Félix Guzmán no se cansa de agradecerle a Dios por “el milagro” de tener en su casita a su esposo y sus dos hijos.
Aunque dijo haber pasado noches en vela, ante la incertidumbre de su paradero, la fe en Dios y el apoyo de los miembros de su congregación cristiana, Evangelio Completo, le sirvieron para hallar la fuerza.
“Siempre creí que Dios tenía un propósito para mi hogar ya que mis dos hijos andaban descarriados y eso a una realmente le dolía. Con ayuno y oración me sostuve en fe ante la adversidad, hasta que Dios me los devolvió”. La tristeza de aquellos días se volvió felicidad ante la promesa de los muchachos de “reconciliarse con Dios” y cambiar el estilo de vida que llevaban.
No obstante, tiene claro que otra experiencia como esta no la quiere volver a vivir.
“Tengo que reconocer que fueron momentos difíciles, principalmente porque ellos son quienes traen el sustento a la casa”. Para hacerle frente a los gastos de la familia, doña María tuvo que buscar trabajo en un hotel de playa Ocotal. “Hoy soy yo quien sostengo a la familia, mientras ellos se recuperan y hallan algún trabajo en tierra, porque al mar no quiero que vuelvan” agregó.
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¿Sueño o revelación?
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Gregorio Collado: deja la pesca por la evangelización.
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Al abordar el Warrior y encontrarse con el capitán del mercante, Gregorio Collado, le preguntó si le prestaba algún teléfono para llamar a su casa y decirle a su familia que las penas vividas acababan de terminar, porque habían sido rescatados.
“Sin embargo, viera que curioso. Estaba tan emocionado que olvidé el número teléfonico de mi casa y ya no pude llamar”, dijo el viernes en Playas del Coco.
Entonces llamó a una señora que asiste a su misma iglesia.
“Aló ¿doña Consuelo?”.
¿Quién habla?
Hermana, soy yo…Gregorio Collado Taylor…
Dígame si estoy soñando..¿es un revelación? ¿Es cierto?
Sí, sí es cierto, un barco mercante que iba para Panamá nos acaba de rescatar.
Por favor comuníquele a toda nuestras familias que estamos sanos y salvos.
Inmediatamente recordó haber escuchado cómo doña Consuelo comenzaba a llorar. Acto seguido oyó un golpe y la comunicación se interrumpió…un familiar le comunicaría luego que ella había caído desmayada por la emoción. ¡En el barrio los daban por muertos!
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La tripulación completa es vecina del barrio Las Palomas, enclave marginal situado a tres kilómetros del centro de Playas del Coco en Carrillo, Guanacaste, y muy cerca de donde se levantará un mega proyecto turístico. Esteban Dato
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