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Indigentes se instalan en San José Cuando el suelo se volvió cama Alcalde dice que se construirán dos albergues Alejandro Arley Vargasaarley @aldia.co.cr Sucio, descalzo, con la misma ropa mal oliente que tiene hace mucho tiempo, Gilberto me pide unas cuantas monedas en el bulevar de los Tribunales de Justicia. Sus huesos se marcan en la piel. “Ando con hambre”, expresa resignado mientras dirige la mirada al primer basurero que se encontró. “Fui trabajador en construcción, tengo 40 años y hace 15 vivo en la calle. Estuve en la cárcel, consumo drogas y no sé nada de mi familia”, comenta a prisa antes de recibir mis monedas. ¿Quién dijo que los indigentes están relegados a la zona roja de la capital? No. Están en todas partes, en paradas de autobuses, en las afueras de los teatros más importantes, en aceras de los bancos estatales y privados. También se ven en frente de los comercios, en bulevares y plazas.
El triste paisaje Para todos hubo una primera vez. Esa fatídica ocasión en la que el suelo se convirtió en cama. Los indigentes de San José suman amaneceres en las calles y son parte del triste paisaje. El olor a orines y heces cerca del Teatro Melico Salazar y el Banco de San José es penetrante. Hasta el Teatro Nacional es un sanitario público. No es difícil encontrar uno distinto en el mismo sitio. Son casi 600, según los datos de la Municipalidad de San José. Drogados, golpeados, ebrios o simplemente cansados de vagar todo el día, el sueño los vence en cualquier parte. Muchos hasta tienen un sitio definido para dormir, algo así como su “casa” nocturna. Otros, como Gilberto, deambulan horas por “chepe” centro y luego se van a sus ranchos. “Yo vivo en Sagrada Familia, no tengo baño, ni luz, ni nada más que ponerme. No me da miedo andar en la calle, busco cosas para reciclar”, asegura Gilberto. A diario cambian de “cobijas”. En cada jornada, un trapo o cartón diferente, que consiguen rompiendo bolsas de basura, es lo único que combate el frío, el ruido de los carros o la molesta luz del día. Niños, turistas y gente que va hacia sus trabajos los ven y siguen su marcha. Saben que con solo la mirada no ayudan y que poco pueden por ellos. Aquel miércoles... El miércoles 4 de julio, estaba a pocos pasos de llegar a la Avenida Central, cuando un sillón destartalado y viejo llamó mi atención. Sobre él, dormía un hombre profundamente. Eran las 7:15 de la mañana y decenas de personas pasaban a prisa por el lugar. Tomé una foto y seguí mi camino, sin imaginar que al día siguiente encontraría la misma situación... a la misma hora. Las tres semanas siguientes fueron un ir y venir de imágenes iguales pero diferentes. Iguales porque ellos se acurrucan de una forma muy particular y tapan sus rostros. Diferentes porque debajo de los cartones y bolsas plásticas hay un ser humano que tuvo familia, un trabajo. Hay una historia antes de que el suelo o un sillón viejo se convirtieran en su cama. Tal vez muchos, como me dijo Gilberto, aún tengan la fe de “componerse”.
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