Pido la palabra
Confiesa que ha vivido Carlos Freer
Cineasta
cfreer@cariari.ucr.ac.cr
Nació en Cartago, con la Corte Centroamericana de Justicia. Dos años después, el mundo que apenas exploraba se estremeció a sus pies: el terremoto de 1910 destruyó su ciudad.
Enseguida, su ilustre coterráneo –don Ricardo Jiménez– tomó posesión como presidente. Ya más grandecito, algo debe haber oído del golpe de los Tinoco, y estaría terminando la escuela cuando los revolucionarios del Sapoá entraron a San José.
De allí en adelante, ya se puede hablar de lo que ha hecho por su cuenta. Fue tipógrafo en La Prensa Libre y en la imprenta El Heraldo, de los padres capuchinos. Con su indudable talento musical, aprendió a tocar violín con Pablito Torres.
Luego, fue la viola, el contrabajo, piano, acordeón, guitarra y hasta una condenada balalaika que un día me encargó traerle de Moscú. Maestro de música en lugares tan dispares como Puntarenas y El Guarco, posteriormente, lo fue en el San Luis Gonzaga y en el Tecnológico.
Su afición por la cacería lo llevó tanto por las montañas de Guápiles, o la intrincada cordillera de Talamanca, como por las cercanías del volcán Tenorio.
Aficionado a sembrar, en el patio de mi casa le vi cultivar hortalizas y hasta sabrosas papas. Con su viola, fue miembro por largos años de la Orquesta Sinfónica Nacional que fundó el maestro Hugo Mariani.
Más tarde, fue director de la Orquesta Municipal Cartaginesa. Y un montón de cosas más, como años ha vivido. ¡Felices noventa y nueve, Cholo Valle!
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