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Jesús nos llama a dar las gracias a aquellos que nos benefician Ser agradecidos es algo que no se nos puede pasar por alto Alvaro Sáenz Zúñiga, Presbíteroredaccion@aldia.co.cr Gracias. ¡Qué palabra tan simple, tan breve, tan eficaz! “Dar gracias es de gente educada”, me decía mamá cuando me veía recibir, de niño, un regalo, un favor o un gesto de cariño. Eso hoy se usa poco. Hoy la gente se queda impertérrita ante los favores, pocos saludan, son escasos los que se acercan al “otro”. Vivimos en un aislacionismo tremendo. Lo que más abunda hoy es el sentimiento de sentirse “merecedor”, creer que las gentes tienen obligación para con uno. Miramos a los demás con insensible silencio. Es triste, pero hoy es común que la gente vea a los demás como sus servidores, juegue de “merecida”. Jesús, nos dice el Evangelio de hoy, cura a 10 leprosos. Ser leproso era algo condicionante y determinante, porque lepra era cualquier eccema, erupción o mancha en la piel. La ley de Moisés disponía para todo leproso, por el bien del pueblo, que dejara su familia y fuera excomulgado de la nación. El leproso debía acusarse a sí mismo con una campana, vivir aislado, comer de la limosna de los demás, hasta que no se comprobara que la lepra había desaparecido. Es claro que cuando hubiéramos estado viviendo con enfermos, en tiempos de tanto desconocimiento médico, terminaríamos contagiados de verdad. Jesús quiere curar a los leprosos porque él vino a romper toda discriminación, a eliminar toda segregación, toda exclusión; él quiere que seamos y vivamos como hermanos. Los quiere curar y por ello los envía a los sacerdotes, controladores sanitarios de la época, para que los reincorporen al mundo. Aquellos 10, que creen en las palabras de Jesús, son curados cuando van de camino y, al descubrirlo, nueve de ellos, con un pensamiento muy humano pero algo personalista, siguen presurosos su camino, quieren ser reintegrados a la comunidad. Solo uno, un samaritano, es decir, uno de los que ni siquiera formaban parte del pueblo hebreo, un mediocre religioso, no bien tiene conciencia de su nueva condición, se vuelve a Dios, a la fuente de su salud y bienestar, para darle gracias, antes de recibir los beneficios prácticos de aquello. Jesús exclama: “¡Cómo, ¿no quedaron purificados los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿Ninguno volvió a dar gracias a Dios, sino este extranjero?!” Y agregó: “Levántate y vete, tu fe te ha salvado”. Aquel samaritano alcanzó algo más. No solo logró de Dios la salud física y la reintegración en la comunidad, recibió también, por su gesto simple y solidario, un sitio en el reino de los cielos. |
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