Buscar
Ver otras ediciones
Portada Nacionales Sucesos Ovación Farándula Vivir Hoy Internacionales VIP Foro Galería Escríbanos Pura Vida
 
 Nacionales Domingo 24 de febrero, 2008, San José, Costa Rica.
   

Tercer domingo de Cuaresma

Si conocieras el don de Dios...

Alvaro Sáenz Zúñiga, Presbítero

Hoy abrimos un pequeño ciclo bautismal. Por tres domingos, iluminada por San Juan, la Iglesia nos alegrará con el anuncio de Jesucristo, salvador de la humanidad.

Hoy encontramos a Jesús junto al pozo de Jacob. Allí el Señor conversa con una samaritana, hija del pueblo rebelde y ciertamente pagano, mujer inestable y perturbada en el modo de dar afecto, y a la vez mezquina y prejuiciada. Ella es sin duda como la iglesia, inconstante y a veces falta de fe, pero deseosa de encontrarse con Dios y ávida de su consuelo.

Jesús pide de beber a la mujer y ante su negativa, marcada por el escrúpulo, le abre un primer tragaluz: “Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: ‘Dame de beber’, tú misma se lo hubieras pedido, y él te habría dado agua viva”. Jesús es esa agua viva, agua que saciaría cualquier sed, la de la vida diaria, la del desierto, y sobre todo la sed de Dios. Jesús, el agua viva, no solo calma la sed sino que a su vez transforma a todo el que la beba en manantial viviente.

El Señor luego busca insertarse en el corazón de la mujer, quiere rescatarla de su inestabilidad amorosa. Por ello le pide traer a su marido pero ella le dice que no tiene marido. Jesús acepta el argumento: “Has tenido cinco y con el que vives, el sexto (número de imperfección) ese ni siquiera es tu marido”.

La mujer empieza a cambiar. El texto nos atestigua su sorprendente progreso, lo llaman ascenso espiral. Cada vez que la mujer responda a Jesús habrá dado un paso adelante y ascendente, irá completando más y más su encuentro con Cristo. Primero le llama profeta, luego Mesías. Finalmente “omnisciente” porque “me ha dicho todo lo que he hecho”.

Ahora la mujer es hecha instrumento pasivo de Dios. Por ella aprendemos que Jesús no discrimina. El Maestro se amista con una mujer, cosa rara en la época, y una mujer muy particular. Pero Él no mira su origen, su cerrazón, su ligereza, su inestabilidad, sino que se acerca a ella y logra su conversión. Logra que ella se conozca y se decida a cambiar.

Además, ella oye algo que debe repetir: la salvación es universal. Por ella también sabemos que la nueva fe no ocupa templos ni edificios, porque es “en espíritu y en verdad”. Ella, además, da testimonio de que Jesús ha dicho ser el Mesías, “el que habla contigo”, aunque por ser mujer y estar sola, nadie la oiría, como a Magdalena en la resurrección.

Por fin, la mujer, ya convertida, es instrumento activo de Dios. Va y anuncia a Jesús a todo el que quiera oír. Y se hace el milagro. Mucho creyeron. Y los que creyeron por ella le decían: “Ya no creemos por lo que tú has dicho; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es verdaderamente el Salvador del mundo”.

Foto: 1907960
La samaritana es ejemplo de la universalidad de la fe.
Internet.

Portada Nacionales Sucesos Ovación Farándula Vivir Hoy Internacionales VIP
Foro Galería Contáctenos Pura Vida
© 2008. Periódico Al Día. El contenido de aldia.co.cr no puede ser reproducido, transmitido ni distribuido total o parcialmente sin la autorización previa y por escrito del Periódico Al Día. Si usted necesita mayor información o brindar recomendaciones, escriba a webmaster@aldia.co.cr .