Mauricio Astorga, actor
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Despegó el avión del Juan Santamaría y el espectáculo era increíble bajo un día soleado y despejado. Desde lo alto, la ciudad de San José con su movimiento de hormiguero, Alajuela con su Catedral y Heredia con sus montañas. Unos minutos después el volcán Arenal, más abajo el lago y luego los molinos de viento de Tilarán me decían adiós con sus aspas. Más adelante Monteverde, adornado por una corona de nubes, mi amada Puntarenas, y una ciudad que me pareció que era Liberia por su tamaño.

Estaba impresionado por la belleza de nuestro país, cuando me sorprendió la vista de un enorme y hermoso lago, bajo la mirada imponente de un volcán. ¡Ya estábamos volando sobre Nicaragua! Nunca como en ese momento, sentí tan cerca a nuestros hermanos nicaragüenses.

“Somos un solo país”, pensé inmediatamente. Y recordé una de las más hermosas frases que he leído: “Soy de un país que tiene un río en el medio: Nicaragua y Costa Rica”.

Más allá de las particulares relaciones diplomáticas entre ticos y nicas, somos pueblos con una historia en común y que aunque discutamos –¿cuáles hermanos no se han peleado alguna vez?- es más el cariño que nos tenemos.

Quiero a los hermanos del norte por muchas cosas. Por su lucha, su cultura, su nobleza, su tenacidad, su nostalgia, y la lista es extensa. No puedo olvidar que la primer palabra que pronunció mi hija se la enseñó una nicaragüense mientras regaba las plantas: agua. En México, cuando cae la noche, la voz de Perro Zompopo me acompaña y llena de música mi casa.

Extraño a los ticos, por supuesto, ¿cómo no extrañarlos?, pero también extraño a los nicaragüenses.