Alejandro Arley Vargas
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Sin camisa y en chancletas, el asesino de Monteverde, Erlyn Hurtado Martínez, se asoma al patio de su celda. Despacio alza la vista hacia el puente desde donde lo observo.
Estoy en máxima seguridad de La Reforma, Alajuela. Un escalofrío recorre el cuerpo.
“Me gusta tener todo bien limpio”, dice Erlyn sonriendo como un carajillo de escuela.
Su pasividad no lo hace lucir como el homicida que acabó con seis civiles y un policía en la agencia del Banco Nacional el 8 de marzo del 2005.
Aunque estoy varios metros arriba de él, las piernas flaquean. Su actitud no es amenazante pero me basta el recuerdo de la masacre de Monteverde para temerle.
Una antena remendada llama la atención. Nervioso, lanzó la primera tontería que se me ocurre. “Erlyn, ¿tenés tele ahí?”.
“Sí claro, veo películas y noticias”, responde. Vuelve a la celda en la que descuenta 50 años.
Los 70 más peligrosos
“Máxima seguridad funciona desde setiembre del 2005. La capacidad es de 80 personas y ahorita hay 70”, dice Viviana Martín, ministra de Justicia, quien me acompaña en el recorrido.
Hay 12 celdas colectivas, para cuatro personas cada una, y 32 individuales que se pueden ver desde el puente en el que camino.
La estructura es nueva, está fuertemente vigilada y no hay hacinamiento.
Hay un teléfono público y los hombres pueden recibir visitas en un patio pequeño o en cubículos especiales. Existen dos aposentos para visita conyugal.
Al igual que los otros presos, los de máxima tienen derecho a estudiar mediante tutorías.
Erlyn estudia primaria y dice sacar buenas notas.
Aquí se encuentran hombres considerados muy peligrosos como Hurtado o los colombianos Libardo Parra, exguerrillero del M-19 y Miguel Quintero Martínez, ligado a una banda narco.
También están Guillermo Araya, el cabecilla de la fuga del 2006 y “El indio”, Luis Alberto Aguirre Jaime, condenado por el homicidio del comunicador Parmenio Medina.
“El indio ya ha destruido parte de las paredes de dos celdas”, narra Reynaldo Villalobos, director de Adaptación Social mientras veo los huecos en el concreto.
A nuestro paso por el puente los gritos no cesan.
“¡Señora ministra, quiero hablar con usted!, no somos monos para que nos vean así”, “yo no debería estar aquí”, “dos años y nadie me viene a ver”, son las frases que resuenan como en eco.
De los 70 reclusos que hay, 32 cometieron robo agravado, 13 homicidio calificado, seis violación, cinco homicidio simple, tres tráfico internacional de drogas y dos secuestro extorsivo.
La lista de delitos sigue... venta de drogas, lesiones graves y abusos sexuales, entre otros.
“No tengo mal comportamiento, esta celda es para otro tipo de personas”, dice un hombre obeso, tatuado, de pelo largo y canoso.
Es el conocido Vizcaíno, sentenciado por el asalto a un camión remesero del cual era custodio. Cumplió la pena pero al tiempo de estar libre cometió otro delito.
Pese a sus argumentos de ser tranquilo, en La Reforma dicen que tiene problemas de convivencia con otros presos.
Al final del recorrido, la Ministra me explica que ubicar a alguien en máxima seguridad depende de varios aspectos.
“Se considera la violencia seria en la comisión del delito, si la persona atenta contra la seguridad institucional, si actúa en una banda organizada o si es excesivamente agresivo”, afirma.
En el módulo hay cinco reclusos con la pena máxima de 50 años, entre ellos Erlyn Hurtado.
“Encerrado cuesta mantenerse ecuánime”
Esposado, Norman llega al locutorio, un cubículo con un vidrio, diseñado para que los privados de libertad tengan entrevistas con personal penitenciario o visitantes. Tiene 33 años, está tranquilo y saluda. Descuenta una condena de 37 años de cárcel por el delito de robo agravado.
“Llegué aquí por asaltos. No maté a nadie pero usé armas. No fue por necesidad de dinero. Anduve en malos pasos y estoy arrepentido”, comenta. Desea estar en otro ámbito de la cárcel pero ha tenido problemas de conducta, según las autoridades de La Reforma.
“Encerrado, con esta presión, es difícil que uno se mantenga ecuánime. Uno revienta, he discutido con oficiales”, asegura. Estando preso, Norman terminó el colegio y ahora cursa estudios generales por el sistema a distancia. Quiere estudiar Administración de Empresas.
“En el futuro me veo en la calle, trabajando y con mis hijos. Caí aquí por inmaduro, no puedo echarle la culpa a nadie”, asegura. Tiene una pareja y dos hijos, uno de 14 años y otro de 10, a los que ve cada 15 días cuando le toca visita.
Norman dice que muchos presos de máxima seguridad tienen sentencias cortas y que no es gente que deba estar en ese ámbito. “Aquí deberían revisar muchas cosas como mejorar el acceso a las autoridades de la cárcel”, concluye.
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