Lázaro Malvarez
Periodista

Cuando muchos esperaban una revancha con Floyd Mayweather, una pelea de campana a campana contra Antonio Margarito o una buena reyerta ante Paul Williams, Óscar de La Hoya optó por el filipino Manny Pacquiao para su duelo del 6 de diciembre, una decisión inteligente que lo llenará de millones de dólares.

Pacquiao, conocido como “Pac-man”, está considerado el mejor boxeador libra por libra del mundo tras el retiro de Mayweather, pero esto no parece suficiente para superar al “grandote” Óscar y por eso ya se habla del combate de David contra Goliat.

De La Hoya es un peso welter (147 libras) alto, que mide 1,80 metros, 13 centímetros más que su rival y ha peleado hasta en los 72 kilogramos, mientras que Pacquiao “inflado” apenas alcanza los 62 kilogramos, pero su marca de 47 triunfos, tres derrotas y dos empates lo convierte en un digno rival.

El niño dorado, con 35 años y récord de 39 éxitos y 5 fracasos, está metido en la promoción del combate y en un tono exagerado lo define como el evento más grande en la historia del boxeo.

Para añadirle pimienta, De La Hoya, de padres mexicanos, pero nacido en Estados Unidos, afirma que espera derrotar a Pacquiao para vengar el honor del boxeo mexicano y no le falta razón pues ante los puños del filipino han caído grandes como Marco Antonio Barrera, Juan Manuel Márquez, Erik Morales y Jorge Solís.

En el campo de los riesgos, Pacquiao no tiene nada que perder; tendrá la bolsa más grande de su vida y un revés no afectará en nada su prominente carrera. Sin embargo, una derrota del estadounidense caería como balde de agua fría sobre sus seguidores.

Para los que hablan de un abuso por parte de Óscar, las estadísticas vienen en su defensa, ya que se le ha medido a los mejores, sin importar peso ni tamaño, como Bernard Hopkins, Félix Trinidad, Fernando Vargas e Ike Quartey.