Mauricio Astorga, actor
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México DF. De chiquillo me encantaban los circos. Me gustaba ver a los payasos y a los elefantes. Ahora ya no me agradan los circos porque sufro con el trato que se les da a los animales.
Me llamaba la atención que durante la función, el enorme paquidermo hacía despliegue de su peso, tamaño y fuerza descomunal. Pero después de su actuación, quedaba sujeto por una cadena que aprisionaba una de sus patas a una pequeña estaca de madera enterrada en la tierra. Él tenía la fuerza para liberarse, pero ¿por qué no lo hacía?
El elefante del circo no escapaba porque desde pequeño estuvo amarrado a una estaca parecida. Cuando estaba recién nacido seguramente empujó, tiró y sudó tratando de soltarse. Su esfuerzo no lo liberó. Era ciertamente muy fuerte para él.
Hasta que un día aceptó su impotencia y se resignó a su destino.
Este elefante enorme y poderoso no escapa porque cree que no puede. Él quizá recuerda su esfuerzo inútil y jamás volvió a poner a prueba su fuerza.
Cada uno de nosotros es un poco como ese elefante, vamos por el mundo atados a cientos de estacas que nos restan libertad. Vivimos creyendo que no podemos hacer un montón de cosas, simplemente porque alguna vez probamos y no pudimos. Lo que no sabemos es que estamos perdiendo una de las mayores bendiciones con las que puede contar el ser humano: la fe.
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