Esteban CUVARDIC
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Puerto Príncipe (Haití). “Les pido perdón. Les pido perdón”.
Así se expresó públicamente el exdictador Jean Claude Duvalier, más conocido como “Baby Doc”, en setiembre del 2007, por primera vez desde su salida al exilio, hacía 21 años.
La dictadura de los Duvalier dominó a este país por 29 años, hasta el 7 de febrero de 1986.
El pueblo haitiano escuchó el “arrepentimiento” de Duvalier, por los “errores del pasado”.
Producto de una historia de inestabilidad política y económica, Haití es el país menos desarrollado del hemisferio occidental.
La ONU lo ubica en el puesto 146, de 177 países, en materia de desarrollo.
Pero Haití no solo ha sido carcomido por esa historia de inestabilidad sino también por severas condiciones ambientales, entre ellas, el clima.
El mes pasado el papa Benedicto XVI expresó su solidaridad a los damnificados por los huracanes, Gustav, Hanna e Ike, que causaron casi 600 muertos en Haití.
Las lágrimas
La semana anterior, dos días antes del juego de la Tricolor en Puerto Príncipe, un abuelo haitiano, con un bastón en su mano derecha, lloraba en una sala de abordaje del aeropuerto de Miami. El abuelo imploraba que lo dejaran ingresar al avión. No hubo piedad. Se quedó en Miami.
Otra suerte corrieron decenas de haitianos deseosos de tomar el vuelo y sentir de cerca el abrazo y caricias de sus seres queridos. Cuando el avión estaba listo para aterrizar, el pasado 9 de setiembre, los aplausos retumbaron. Será el país más pobre de América. Pero es su país. Y lo aman.
Al llegar, en la capital no se notaba ni un ápice de huracanes. Todo lo contrario. A pleno sol. Pero, caminando por la pista del aeropuerto, las primeras señales de la pobreza: un edificio abandonado, a medio construir, ¿una futura terminal?
Pero los haitianos no pierden la alegría: un grupo de cuatro músicos nos recibió a puro “reggae”. Al salir del aeropuerto, el caos: decenas de niños al ataque de los visitantes pidiendo dinero.
El comienzo del trayecto al hotel fue de llorar: pésimas calles, una rotonda destrozada, sálvese quién pueda al conducir, cero semáforos, basura amontonada en algunas aceras, ventas ambulantes hasta decir basta. Y una impresión en el aire: ni se te ocurra salir del carro, peligro inmediato de asalto.
Cuando Luis Díaz, colega de La Nación, medio abrió la ventana para tomar unas fotos, alguien se le acercó y le gritó: “¡Uf, uf, uf!”. Pero nada pasó. Media hora después, llegada al hotel, en una de las colinas. El precio del taxi era para caerse de espaldas: ¢40 mil.
¿Dónde están los restaurantes de comida rápida? No aparecen por ningún lado. ¡De milagro una pizzería Domino’s. Solo una. Y gracias.
¿Y el mall? ¿Qué es eso? En Puerto Príncipe no los conocen.
¿Y restaurantes decentes?, pareciera que son pocos pero si tiene muchos dólares, dese una vuelta por el hotel “Montane”, o “El Rancho” –este último con casino incluido, que estaba casi repleto en las noches con foráneos o de la élite local–.
El “Montane” tiene una vista privilegiada, con el mar y el aeropuerto al fondo.
Desde “El Rancho” se observa una montaña inundada de casitas humildes, como hormigueros. Muchas, a medio terminar. Por falta de plata... o corrupción. Bienvenido a Haití.
“Goleados” por el vecino
Haití no se rinde. Intenta salir adelante. No le queda otra.
El turismo podría ser una de sus salvaciones. Durante el año 2007, Haití recibió 110 mil turistas. Claro, la mayor parte de ellos fueron haitianos que residen fuera.
A pesar de sus esfuerzos, Haití es “apaleado” por República Dominicana, su vecino, que recibió 4 millones de visitantes en ese mismo año. Y Cuba, 2,9 millones.
Uno de los “fallonazos” de Haití, según lo vivimos en carne propia, es que quieren “despellejar” al turista, como si este fuera un multimillonario, con sus bolsillos repletos de dólares.
En el hotel “Montane”, por usar media hora Internet, querían cobrarnos ¢40 mil. En el aeropuerto, un joven de traje gris y bien presentado nos llevó las maletas (pensamos que era un gesto de “buena voluntad”), durante tres minutos.
Le quisimos dar un dólar (quizás fuimos un poco “codos”), pero nos exigió $10 (más de ¢5 mil).
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