Álvaro Sáenz Zúñiga, Presbítero
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Quizá quienes más angustia vivan al conseguir trabajo sean los recolectores de cosechas, los jornaleros, que trabajan por día. Hoy el Señor nos ofrece trabajo.
Ha salido personalmente a buscarnos. Nos indica lo qué quiere que hagamos y nos garantiza la paga.
Parece que la finca del Señor no es muy conocida y que la gente ni siquiera sabe que está en cosecha. Los jornaleros esperan en la plaza a ser contratados para ese único día de trabajo. Pacientemente el Señor acude allí varias veces, incluso cuando el día ya está por terminar. Y encuentra todavía jornaleros sin hacer nada y los contrata.
El texto nos propone la vida como una jornada de trabajo en la que, si queremos, podemos servir a Dios como sus peones. Si trabajamos para él, recibiremos el pago al atardecer.
No es el trabajo de siempre, a veces injusto, vergonzoso, cruel; sino el más importante: construir el reino de los cielos, un trabajo duro, pero con recompensa: ese denario, que es lo que se pagaba al jornalero en tiempos de Jesús, es la vida eterna.
Ahora bien, en el viñedo del Señor no cabe ser presumidos, ni suponer privilegios o tratos preferenciales. Al Señor, que nos pagará el trabajo, no le preocupa a qué hora empecemos; solo quiere que acudamos a su llamado y que trabajemos en lo que nos propone.
Y llega el momento de la paga. Los que trabajaron menos tiempo, de seguro creyeron que les darían menos dinero. Pero, oh sorpresa, incluso los que trabajaron solo una hora reciben la paga de todo un día. Ante esto, los que vinieron temprano pensaron que obtendrían beneficios extra. Error.
El Señor les paga lo mismo, reciben también un denario. Ellos protestan y el Señor se sacude: “Amigo, no soy injusto contigo, ¿acaso no habíamos tratado en un denario?”. Él puede hacer lo que quiere con lo suyo; prometió un denario y lo paga a todos.
La parábola ilustra la relación entre el pueblo de Israel y los pueblos paganos, que vinimos tarde. Los hebreos acaso hayan trabajado siempre para la obra de Dios, mientras que nosotros vinimos a última hora, muchos incluso apenas si empiezan a conocer a Jesús. Pero eso no importa. El Señor quiere que trabajemos. Él llama y sigue llamando, y paga lo que prometió.
También podría referirse a los que han vivido toda su vida en Cristo, que contrastan con los que se convierten a la mitad de la vida, o al ocaso. Es lo mismo. Lo que urge es responder al Señor. Se me juzgará por la parte final de mi vida. Pero, ¿cuándo empezará el final?, la verdad es que comienza en este instante.
Dios ofrece trabajo. Quiere que le ayudemos y nos garantiza el jornal. A nosotros corresponde aceptar la propuesta y venir a trabajar por el Reino.
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