Mauricio Astorga, actor
México D.F. Este viernes nos levantamos en estado de alerta por una epidemia de influenza en la Ciudad de México. La misma que también está poniendo locos a los gringos, y que parece ser una mutación de fiebre porcina que ha cobrado la vida de 20 personas.
A las 11 de la noche del jueves, las autoridades anunciaron una serie de medidas para evitar que el ataque de la tal fiebre porcina empeorara y que, ahí sí, nos hiciera una chanchada. Entre ellas, suspendieron cualquier evento masivo, con el fin de evitar mayores focos de contagio.
Así que amanecimos de “vacaciones”. No hubo clases, se suspendió el teatro y el cine durante este fin de semana, el concierto de The Rasmus en el Auditorio Nacional quedó en silencio y hasta el América y los Pumas jugarán hoy a puerta cerrada sus respectivos encuentros.
Yo, como soy medio hipocondríaco, conforme veía las noticias, sentía casi todos los síntomas de la enfermedad: fiebre, irritación en los ojos y dolor en las articulaciones y en la cabeza. Solo me faltaba la tos.
Así que antes de que la neurosis colectiva terminara de atraparme, preferí aplicar la filosofía de “es mejor que digan aquí corrió, que aquí murió” y me fui con toda mi familia afuera de la ciudad, a Cuernavaca, desde donde les escribo en este momento mientras disfruto –hasta que todo regrese a la normalidad– de unas vacaciones “forzadas”.
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