Domingo 26 de abril de 2009, San José, Costa Rica
Nacionales | EVANGELIO DE HOY
Evangelio hoy

Alvaro Sáenz Zúñiga, Presbítero
asaenz@liturgo.org.

El III domingo de Pascua reafirma la presencia real de Cristo en la Iglesia, una presencia vinculada con algo bien curioso, el gesto de comer y sobre todo, de hacerlo juntos. Alude claramente a la eucaristía celebrada en Iglesia, plena experiencia de Cristo.

Hoy toca el pasaje que sigue a la narración de los discípulos de Emaús. Al principio del texto sabremos que ellos se sintieron impulsados a volver a Jerusalén, para contar a los apóstoles que habían encontrado a Cristo en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

Para sorpresa de todos, no bien terminan su narración, Jesús se presenta en medio de ellos. La aparición del Resucitado corona los acontecimientos del día, que se había iniciado con una aparición a Simón Pedro que no se nos narra.

El texto se construye con elementos sucesivos. Al testimonio de los discípulos se agrega la aparición. Viene acompañada del don de la paz. El saludo se afianza con la prueba de que Jesús es realmente Jesús, porque les muestra las llagas. “No soy un fantasma”, les dice. “Los fantasmas no tienen carne ni huesos”.

La aparición hace brotar en el corazón de todos una gran alegría y algunos se rehúsan a creer. Jesús para confirmar la materialidad que todavía comparte con ellos, aunque sea ahora glorificada, les pide algo de comer. Le dan un trozo de pescado asado, que come delante de ellos.

Pero quizá lo importante no es tanto que le reconozcan. Acá lo urgente es que ellos logren conectar la muerte y la resurrección del Señor con aquellos anuncios que él mismo les hiciera mientras caminaban hacia Jerusalén. Es esencial que entiendan cómo sobre Jesús se cumplía la Escritura, lo escrito “en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos”.

Tras “asumir la verdad”, ellos deben entrar en la dimensión inminente: ser testigos y misioneros, ir por el mundo entero a anunciar el Evangelio, la buena noticia de Jesucristo muerto y resucitado, Salvador de la humanidad, Dios hecho carne, que habiendo asumido nuestra condición pecadora, la clavó en la cruz y resucitando en esa carne a una vida nueva, nos alcanzó el perdón de Dios.

Tal y como Jesús lo dijo aquel día a sus apóstoles, hoy nos dice a nosotros: “Ustedes son testigos de todo esto”. Vayamos, a anunciar el reino, el amor de Dios a la humanidad.

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