Franklin Arroyo González
farroyo@aldia.co.cr
Terminar de almorzar a las 3:48 de la tarde, dormir de 8 a 11 de la mañana, estar listo para visitas en cualquier momento y poner más tazas para el café.
El hogar de los Rojas Camacho está de locos desde que los quintillizos se instalaron de forma provisional en la casa de los abuelos maternos Arnoldo Camacho y Sandra Sánchez.
Luis Mauricio, María Celeste, María Belén, Gabriel Francisco y María Jimena colmaron de felicidad el hogar, pero también lo llenaron de bolsas de pañales, limpios y sucios, chupones, cobijas, risas, cremitas y visitantes.
Un par de horas en la sala de la casa fue suficiente para comprobar las pericias que Elizabeth Camacho y Mauricio Rojas, padres de los quintillizos, hacen para suplir necesidades, sin olvidar la ayuda de abuelos, padres y tías.
“Tengo tres horas sin verlos”, expresó Karen al incorporarse a las tareas. Ella es una tía que vive cerca y ayuda con el cuido, cambio de pañales, trasnochadas y múltiples quehaceres.
De pronto alzan uno, y otro y otro... y van todos en fila para el cuarto, al ritual del cambio de pañales, necesario y constante.
Los bebés están bañados a las 9 a.m. y duran dos horas aseándolos a todos.
Cada tres horas toman chupón y aunque molestan muy poco por la noche, la familia se turna para vigilarlos.
“Quizás lo más difícil es no dormir juntos”, dice el papá.
Arnoldo Camacho, abuelo de los bebés le responde: “Espere que empiecen a caminar”. El suegro sabe por experiencia que el camino apenas inicia.
Sin reposo
En la casa hay felicidad, alegría, camaradería, pero se acabó el silencio y la paz.
Si no es un llanto, es el teléfono, un vecino y hasta la prensa. El cambio de pañales o hambre de los recién llegados se suman al bullicio y algarabía.
La abuela Sandra intentaba terminar su almuerzo a las 3:48 p.m. del jueves pasado. Los bebés no fueron los culpables de su atraso, un canal de televisión llenó de luces el hogar.
Al rato, llegó Gerardo Martín, un escultor español y vecino. Después se suman familiares, algunos tan lejanos, que otros parientes desconocen sus nombres. El flujo de visitas es constante.
Elizabeth y Mauricio, los padres, se ´pierden en el tumulto.
“A veces hay que caer mal”, dijo en algún momento la abuela, señalando el alcohol.
Suena el teléfono. “Es una señora, que quiere ayudar con pañales”, se oye decir de pronto a la mamá con el teléfono en la mano. “Apunten el número, ojalá nos ayude la Huggies”, dice medio en broma, medio en serio.
Así de ajetreado transcurre el día. Sin descanso, entre gente, llanto, chupones y pañales.
© 2009. Periódico Al Día. El contenido de aldia.cr no puede ser reproducido, transmitido ni distribuido total o parcialmente sin la autorización previa y por escrito del Periódico Al Día. Si usted necesita mayor información o brindar recomendaciones, escriba a webmaster@aldia.co.cr.