Álvaro Sáenz Zúñiga, Presbítero
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Retomamos el domingo y con él, el discurso del pan de vida de Jesús en la sinagoga de Cafarnaum, según el evangelio de San Juan. En su exposición, Jesús pasa gradualmente de un mensaje material a uno de salvación. Él irá concretando poco a poco su determinación de quedarse en la Tierra como alimento para los creyentes.
Todavía estamos en la transición. Jesús, que multiplicó los cinco panes y dos peces que le dio el muchacho, y alimentó con ello a una multitud, reprocha el egoísmo de quienes lo buscan para hacerlo rey porque suponen les dará pan gratis. Y empieza a conducirlos hacia donde Él quiere: decirles que es el verdadero pan de Dios, el pan de la vida.
La declaración de Jesús enfrentará dificultades. Sus fuertes palabras producirán un abierto rechazo. Paradójicamente, esas declaraciones terminarán dando sentido a nuestra fe, pero en ese momento, al declararse “el pan de Dios”, Jesús despertó dudas y murmuraciones en los oyentes, que empiezan a dividirse entre los que reciben la palabra y los que la rechazan.
Porque hay que avanzar. Jesús, “el pan de Vida”, que reitera una y otra vez su punto, no se queda allí. Irá adelante y aumentará el abismo que divide a quienes le rechazan de quienes le aceptan. De decir “yo soy el pan vivo bajado del cielo” pasa a asegurar: “El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo”. Al insinuar un cierto acto de canibalismo para la salvación, Jesús creará mayores dificultades. Sabemos que en realidad está poniendo las bases de nuestra sublime esencia eucarística.
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