Domingo 6 de diciembre de 2009, San José, Costa Rica
Nacionales | De hoy
Evangelio

Álvaro Sáenz Zúñiga, presbítero
asaenz@liturgo.org

Con todo detalle, especialmente sobre quién ejercía el poder temporal en el país de los judíos, San Lucas nos dice que la fuerza de Dios vino sobre un hombre singular, y muy austero: Juan, el hijo de Zacarías.

Junto con esa fuerza, Juan recibe de Dios un llamado para una tarea muy concreta: preparar el camino del Señor. Y por ello recorrió la región del Jordán, anunciando “un bautismo de conversión para el perdón de los pecados”. Por eso le llamaban “el Bautista”.

Al fin la humanidad veía a alguien asumir aquella misión propuesta siglos atrás por el profeta Isaías: “preparar el camino del Señor”.

Si hoy nos quejamos por los malos caminos, por los huecos y otros elementos para desarrollar un país, ¿cuánto más urge a la humanidad, que ha ido torciendo su corazón, inclinándolo a los vicios y a su propio pecado, la visita del Señor?

Pero para que el Señor venga es necesario prepararle el camino, rellenar los barrancos que producen nuestros vacíos, nivelar esos montículos que ha creado nuestra soberbia, nuestro orgullo y superficialidad, debemos remover nuestro materialismo, enderezar el retorcimiento de nuestro corazón y darle al Señor la oportunidad de mostrarse, como la luz que ilumina a quien vive en tinieblas.

Hoy somos nosotros los que debemos asumir la tarea de Juan el Bautista, anunciar a Cristo a los demás, ayudarles a mirar su luz.

Trabajemos por la paz, pero empecemos con nosotros mismos. Quizá sintamos que vivimos en un desierto, que nadie nos escucha ni comprende.

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