Magdalena Díaz lloraba ayer desconsolada mientras abrazaba a su esposo, Wilfredo Olivas. Los cuerpos de sus dos hijas, Marisela y Tatiana, 11 y 7 años, respectivamente, yacían, sin vida, a escasos metros de ellos tapados con sábanas.
Llanto y dolor en Dulce Nombre de Fraijanes, en Poás de Alajuela, la secuela del terremoto.
Las dos niñas acostumbraban a caminar, por esas calles, varias veces al día, vendiendo las cajetas que hacía su mamá.
“No tengo palabras para describir el dolor que siento en estos momentos”, dijo la madre, en medio de lágrimas y gritos.
Díaz explicó que luego del temblor envió a uno de sus hijos a buscar a las niñas y fue cuando recibió la mala noticia. “Tenía un mal presentimiento, estaba desesperada”, dijo.
La familia tiene cuatro años de vivir en la zona, pero son oriundos de Puerto Viejo de Sarapiquí, donde viven otros familiares.
“Vinimos a coger café. Nos gustó y nos quedamos”, relató.
Tanto la madre como el padrastro indicaron que sus hijas eran muy queridas en Dulce Nombre, pues varias veces al día salían a vender las cajetas.
“Las que traían las hice hoy (ayer) en la mañana, esto es algo terrible”, comentó la madre.
Las niñas se asustaron
Miguel García, vecino de Dulce Nombre, observó el momento en que la tierra sepultó a las dos pequeñas.
“Venía en mi carro cuando empezó el temblor. Las niñas estaban asustadas y fue cuando la tierra les cayó encima”, manifestó.
Agregó que todo pasó en segundos y que por más que quiso no pudo hacer nada. “La tierra les cayó encima y cuando vino la policía les dije que las niñas estaban enterradas”, dijo.
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