Sábado 10 de enero de 2009, San José, Costa Rica
Nacionales | Entre llanto, frío, hambre y desesperación vivieron los estragos
Noche eterna en Vara Blanca
Panorama poco alentador para boyante zona y con gran riqueza natural
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    La baja temperatura afectó a cientos de damnificados. Alexánder Otárola.
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    Padres y sus hijos se aferraron. Alexánder Otárola.
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    Decenas de turistas esperaron pacientes que llegaran los cuerpos de rescate a Vara Blanca. José Venegas.

Rodolfo Martín
rmartin@aldia.co.cr

Vara Blanca. - Una noche interminable, fría y llena de temblores, sufrieron las cientos de personas afectadas la madrugada de ayer, después del devastador terremoto del jueves.

Conforme pasaban las horas, la desesperación se apoderaba de los hombres, mujeres y niños, quienes no sabían por qué cambiaron la comodidad de sus casas por los improvisados manteados, situados en una extensa plazoleta al aire libre.

También quedaban al descubierto las carencias de agua para los chupones de los niños, quienes explotaban en llanto.

Los padres, en su afán sobreprotector se limitaban a decir a sus pequeños que se tranquilizaran, cuando las palabras parecían que no alcanzaban.

No fue sino hasta las 5:30 a.m., con los primeros rayos del sol, que los cuerpos de socorro iniciaron las labores de rescate y traslado hacia los diferentes albergues situados en San Pedro de Poás.

Las mujeres y los niños, fueron llevados rápidamente a los helicópteros.

Varios hombres no esperaron el arribo y caminaron entre los potreros. De esa forma, confirmaron la devastación y la alteración de la montaña, donde eran palpables las enormes grietas de hasta 1,5 metros de fondo.

Otras personas decidieron quedarse en la agreste zona, para acompañar a sus allegados que continuaban aislados en la zona.

“Es una emergencia nunca antes vista acá. Somos 10 hermanos que perdimos todo. Venía de arreglar el jardín, que en minutos quedó hecho una montaña de tierra”, recordó Eladio Morera, ayer a la 1 a.m., cuando trataba de descansar un poco.

Colaboró: Carlos Láscarez.

La ruina se vislumbra

En lo que hasta anteayer fue una zona pujante y de gran capacidad comercial y de negocios, sus habitantes no saben cómo saldrán ahora adelante, ya que la naturaleza les arrancó el esfuerzo.

“Esto es indescriptible. Uno que tiene negocio sólo les puede dar el apoyo a los afectados”, dijo el pulpero Diego Segura, quien estalló en llanto y no pudo seguir.

Otros comerciantes contaron que rescataran lo posible, con la esperanza de levantarse aquí o donde Dios diga.

Una dura caminata

Tras recorrer varias fincas durante más de hora y media, varios trabajadores emprendieron la salida en grupo y de paso narraron el periplo.

“El hotel Peace Lodge colapsó completamente. Entre turistas y personal estábamos entre 265 y 300 personas. La reacción fue de pánico total”, aseguró ayer la empleada Griselda Salas.

Similar criterio externó Ronny Salazar, al mencionar que la gente se aferraba a las paredes, que no se podía caminar y que los turistas lucían desesperados, ya que no sabían hacia dónde ir.

Soltó 70 vacas al perder todo

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Francisco Campos dejó su casa al mediodía. A. Otárola.

El lechero Francisco Campos se preguntaba ayer cómo iba a sacar adelante a su familia, luego de que en cuestión de minutos el terremoto acabó con el negocio que tantos años le costó construir.

Acababan de almorzar cuando ocurrió el terremoto.

Recordó, con voz quebrada, que se cayó y no pudo ponerse en pie.

“La lechería quedó destruida y tuvimos que soltar las vacas hacia un potrero, ya que no quedó nada. No hay electricidad ni agua y todo quedó inservible”, narró asombrado.

Su esposa Marcia Ortiz narró que estaba junto a sus dos chiquitos en el cuarto. “Nunca viví una desgracia similar”.

Tras remover los escombros encontraron los platos servidos de aquel último almuerzo, en la que fue su casa.

No estaba incluido en el tour

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John Branch y su esposa, dos turistas canadienses. Alexander Otárola.

Lo que iba a ser un día de esparcimiento en el sector de Las Cataratas se convirtió en horror y desesperación para decenas de turistas, entre ellos Roxana Sanabria y su ahijado de nacionalidad danesa Gaspar Chowbirt.

Recordó que estaban observando el serpentario cuando sobrevino el movimiento, lo que causó el estupor y desesperación de los visitantes que no sabían hacia dónde ir para salvarse.

“No había alguien que diera una orden sobre los pasos a seguir. Pasamos una noche terrible, ya que se escuchaba el llanto de los niños y los árboles derrumbarse. El frío y el hambre nos acompañaron durante la noche”, contó.

Agregó que junto a Gaspar, pasaron el fin de año en la playa y tenían planeado pasar un día en ese lugar, para luego seguir paseando por otras zonas de Costa Rica.

“Vengo de un país donde no hay terremotos, huracanes ni nada. Es una experiencia muy fuerte que me tocó vivir. Todo el mundo corría desesperado para salvarse de los objetos”, narró Chowbirt, quien hace 12 años también vivió la emergencia del huracán César.

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