Amado Hidalgo, periodista
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No importa si los 22 pies corren descalzos por la encharcada plaza de una tarde perdida en cualquier recóndito pueblo olvidado. O si esos once hombres han tenido que pasar por el ritual de quitarse antes sus corbatas, desenfundar sus tacos brillosos y poner en pausa el celular que los conecta al Mundo de sus negocios para entregarse al más puro de los placeres.

Da igual si los 90 minutos se viven en la modernidad del mejor estadio y entre los más célebres exponentes del planeta, o si apenas es la final del campeonato de fábricas. Para unos y otros es lo mismo si esos 5400 segundos paralizan el planeta o apenas son un paréntesis de la jornada laboral.

Igual da si te pagan 130 millones de euros o tienes que pagar cancha, árbitro y lavada de uniforme. No tiene precio esa aventura.

Recién llegan mis amigos de Brasil tras ganar el segundo lugar de la Copa América para Abogados. Y ya sueñan con el Mundial de Turquía del próximo año, del que fuimos finalistas hace 12 meses en Alicante.

Para algunos puede ser una locura esto de cerrar las oficinas y enchufarse al redondo mundo futbolero en pos de un título que en el mejor de los casos te deja una Copa y siempre unas cuantas deudas.

No necesito explicarlo. Nadie que no tenga el mismo virus ha de comprender la génesis de esta pasión.