Erick Carvajal M.
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Caracas.- Ese viernes, en una noche cálida de cervezas y tabaco, lo que más me impactó fue la conclusión de la conversación: “la única solución para arreglar lo que está pasando aquí es con las armas, no hay otra”, dijeron varios universitarios, mientras metían la mirada en el suelo.
Pero, ¿están preparados?, les pregunté preocupado. Uno de ellos, a mi izquierda, tomó un trago y dijo: “somos conscientes de que nos van a masacrar, pero esperamos que, en un momento, tomen conciencia de lo que están haciendo y se detengan”.
Las políticas y medidas del presidente Hugo Rafael Chávez Frías impulsan a estudiantes, de escasos 23 años, a pensar que la vía armada es la única solución.
En el horizonte venezolano no se vislumbran cosas buenas, todo lo contrario. “Aquí, hay que salir a tirar piedras a las calles”, dijo otro joven cerrando su puño, concentrando en la mano su furia.
Tengo un día y medio aquí y no necesito poseer tres dedos de frente para darme cuenta que esto no es socialismo, es totalitarismo.
Solo pensar en la imagen de una masacre me hiela la sangre.
Unos defendiendo las migajas que les han dado (porque nunca nadie les dio nada) y otros recuperando lo que les están quitando.
Dolares, buen negocio
El jueves 28 de mayo, el avión llegó al aeropuerto de Maiquetía sin mayores problemas, más que mi nerviosismo por el aterrizaje.
Esperando las maletas, un ciudadano asiático, que por lo visto vive en Venezuela, me comentó sorprendido, viendo una tienda de licores, que los precios no estaban regulados por el tipo de cambio que impone el Gobierno. “La semana pasada era otra cosa”, aseguró.
Un dólar, en la Venezuela de Chávez, cuesta más de dos mil bolívares, pero en la del pueblo, su precio alcanza los seis mil. Sin duda, un buen negocio.
Voy rumbo a Valencia. Una ciudad industrial de 1,8 millones de habitantes divididos en dos realidades: los del norte, con dinero, y los del sur, sin recursos.
Vamos por una autopista, de dos carriles, a 120 kilómetros por hora. Velocidad moderada, me comentó el chofer, ya que otros viajan a 160 o más.
A ese paso van las leyes en la Asamblea Nacional de Venezuela, donde Chávez goza de una mayoría absoluta.
Después de febrero pasado, cuando obtuvo el sí para la reelección indefinida, se han producido cambios. Muchos dicen que se quito la careta.
No solo la reelección es criticada, también las nacionalizaciones y expropiaciones de empresas y fincas, las cuales, se asegura, amenazan la propiedad privada.
“De hace 30 días para acá, este hombre se quitó la careta y hace lo que le da la gana”, me manifestó un chofer, al tiempo que preguntaba cómo eran las cosas en Costa Rica. Muy diferentes, le dije.
En el hotel, aunque hay televisión por cable, fue inevitable ver el famoso programa “Aló Presidente”, cuyo conductor principal es el mismísimo Chávez.
Luego hay que ver noticieros del canal Globo Visión para saber lo que el Gobierno no quiere que se informe.
De nuevo, Venezuela se parte en dos. El Presidente reparte títulos de propiedad y el noticiero informa de un grupo de personas que fueron sacadas de sus viviendas y no tienen a dónde ir.
El noticiero replica las palabras del escritor peruano, Mario Vargas Llosa, y afirma que Venezuela se convierte en Cuba.
Pero, en medio de los dimes y diretes, 29 millones de venezolanos esperan que alguno de los bandos los saque de la inseguridad, miseria y pobreza.
Consumismo
En medio del calor político, el venezolano saca su tiempo para no pensar en izquierdas y derechas. Trata de llevar una vida, entre lo que se puede, normal.
El sábado, los centros comerciales estaban abarrotados de personas, unas haciendo fila en los bancos para sacar el dinero de su quincena, y otras comprando y comiendo en los restaurantes de comidas rápidas. Al consumismo nadie lo puede borrar de golpe.
Tampoco se pueden eliminar los barrios pobres de Caracas.
En las montañas que rodean la ciudad, en lugar de árboles hay casas, callejuelas y delincuencia.
Muchos de estos “malandros”, como los llaman aquí, bajan a las autopistas a asaltar a los conductores. Pistola en mano, les apuntan por los vidrios y no hay otra opción que darles lo que piden. Ni el socialismo ni la derecha han podido eliminar a los ladrones.
El domingo, cuando el avión despega de Caracas, lo único que le pido a Dios es que no se cumpla la conclusión a la que llegaron esos estudiantes y la sangre de inocentes no sea el costo de la democracia.
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