Álvaro Sáenz Zúñiga
Presbítero
asaenz@liturgo.org.
Hoy el evangelio nos propone a Jesús realizando una travesía por el mar de Galilea. Él quiso ir a la otra orilla. Sus apóstoles dejaron a la gente y zarparon. Pero el viento y el mar se confabularon contra los viajeros y amenazaron con hundir la barca.
Marcos nos da una imagen contrastante: de un lado un fuerte vendaval, agitación y miedo. Por otra, Jesús dormido plácidamente en la barca. El reclamo de los apóstoles, por su parte, es inaudito e irrespetuoso: “¿No te importa que nos ahoguemos?”. Con estas palabras aquellos aterrorizados marineros despiertan a Jesús que se incorpora, increpa al viento y al mar; y qué cosa, le obedecen de inmediato.
Qué hermoso cuadro, es Dios manifestando su poder por sobre la obra de la creación. Pero lo más importante vendrá cuando, si los apóstoles se atrevieron a perturbar el sueño de Jesús con un reclamo egoísta, el Señor no tiene el menor reparo en echarles en cara su falta de fe: “¿Por qué tienen miedo? ¿Cómo no tienen fe?”. Ellos andan con Jesús y no logran confiar sus vida en sus manos. La narración resulta una alegoría de la Iglesia de Cristo, la cual atraviesa por mares complejos y controversiales. A ella toca bogar contra corriente, sostenerse en la marejada feroz.
Quizá nuestros prejuicios y pobrezas, nuestras dudas y limitaciones, nos impidan a veces hablar con la verdad. Pero hay que asumir el Evangelio como una bandera, llevando adelante la tarea. Aquel día los apóstoles se dijeron: “¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen?”. Nosotros no tenemos necesidad de preguntarnos, sabemos que el que nos guía y nos salva, es el Hijo de Dios.
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