Estados Unidos/AFP.- Parece firme y decidida, pero una mirada más atenta revela que la Estatua de la Libertad, cuya cabeza y corona reabrirán en breve sus puertas al público, tras casi nueve años de cierre, es de piel delicada e incluso tiembla bajo el viento de Nueva York.
A partir del 4 de julio, turistas seleccionados al azar podrán acceder cotidianamente, a través de 168 escalones, a la corona de siete puntas de la estatua, cerrada tras los atentados terroristas del 11 de setiembre del 2001, por no cumplir con las nuevas medidas de seguridad.
Allí tendrán acceso a los secretos de un monumento que de muchas formas representa el corazón de la identidad norteamericana, ícono de libertad y fuente inagotable de llaveros.
El recorrido hacia la cabeza comienza en el pedestal de piedra, actualmente, la parte más alta accesible a las visitas, antes de subir entre sus enormes sandalias por el interior del cuerpo.
A partir de allí comienza una escalera en espiral casi vertical hasta la cabeza, que sube entre estructuras de metal diseñadas por el ingeniero francés Gustave Eiffel, poco antes de concebir su famosa torre en París, Francia.
Alrededor y sostenido por otra estructura de acero está el cuerpo de la estatua, que desde el interior conserva su color cobre natural y no el verde oxidado que luce desde fuera.
Cuando de repente las paredes circundantes se estrechan abruptamente, el visitante comprende que ha llegado al cuello. Una cavidad suficientemente amplia como para sentarse dentro resulta ser el interior de su nariz. Luego vienen las orejas, y unos pocos pasos más adelante un pequeño cuarto rodeado de 25 ventanas, con la legendaria corona.
Desde allí el visitante puede observar la misma vista que la Señora Libertad ha mirado desde que fue erigida como regalo de Francia en 1886. A su izquierda se ven partes de Manhattan, pero es el puerto de Nueva York, el puente Verrazano y las puertas del Atlántico lo que retienen su atención.
Su mirada acogió a 12 millones de inmigrantes, en su mayoría europeos, que llegaron a fines del siglo XIX y principios del XX por barco a Estados Unidos.
Su rostro es hermoso, pero no sonriente, algunos dicen que el modelo fue la madre del escultor que la creó, el francés Auguste Bartholdi. Su piel es delicada, del espesor de un par de monedas, y cuando sopla el viento, su cabeza oscila unos 7,5 centímetros.
La visita de 240 turistas que serán escogidos al azar cada día no es para los débiles, y varios de los reporteros invitados a la visita estaban exhaustos cuando apenas habían subido hasta la cintura.
Los días de calor se siente la falta de ventilación y la salida no es fácil en caso de emergencia, una de las razones por las cuales permaneció cerrada desde el 2001.
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