Franklin Arroyo González
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Los enormes ojos verdes de Christopher Ramírez dicen que está contento, y su sonrisa espontánea lo confirma. Él se mueve, juega, toca, señala... pero no habla. A sus cuatro años, solo sabe decir “mamá”.
Lo conocí en el cuarto piso del Hospital Nacional de Niños, que esta semana celebró 45 años de existencia.
Jorge Guillén, de 11 años y de Laurel de Corredores, también estaba ahí, recuperándose de un brazo que se lastimó al caer de un árbol.
Estaba ansioso, y canalizaba toda esa energía que solo se tiene una vez – cuando se es niño– en la sala de juegos.
En el hospital unos muestran mucho: caras sonrientes, de susto o tranquilidad. Otros, en cambio, muestran poco, sobre todo aquellos que han sido agredidos por sus padres.
Hay niños con mangueras, madres con los ojos rojos, médicos corriendo, enfermeras jalando sillas de ruedas.
Los llantos de los bebés tamizados, vacunados o inyectados, se combinan con el suspiro de un padre o el ruido de la sirena de una ambulancia.
¿Quién no recuerda una noche en el Hospital de Niños? ¿O haber estado ahí con algún hijo enfermo? Pues en sus 45 años de existencia el Hospital Nacional de Niños puede decir, con mucho orgullo, que llega a diez millones de atenciones... el equivalente a dos veces la población del país.
¡Y a todos se les recibe como a un amigo!
Casi la mitad de estas corresponden a emergencias, explica el director del centro médico, Rodolfo Hernández.
Por más
Pese a ser uno de los hospitales de niños más reconocidos en Latinoamérica, las necesidades de equipo, infraestructura y personal son apremiantes. Faltan 634 plazas, 300 de las cuales son urgentes, asegura Hernández.
Urgen $18 millones para cubrir el 40 por ciento del costo total del Centro de Cuidados Críticos.
El 60 por ciento restante ($25 millones aproximadamente) lo aportará la Caja Costarricense del Seguro Social.
Se construirán ocho pisos, siete salas de operaciones y una unidad de rayos X.
“Cuando el hospital comenzó, en 1964, media 16 mil metros cuadrados. Tenía siete salas de operaciones y siete cirujanos. La población menor de 13 años llegaba a 400.000. Hoy, esa población representa 1,3 millones, y nosotros seguimos teniendo siete salas de operaciones y 40 cirujanos”, señaló Hernández.
Identificados
Entre rompecabezas, libros de cuentos, “playstations”, futbolines, bolas y otros juguetes, los niños olvidan sus dolores.
Hasta las madres se relajan, ven televisión y pueden estar con sus hijos, destaca Luz Coto, quien hace de niñera para quienes llegan al hospital.
Los enfermeros no solo atienden a los niños, también son el paño de lágrimas de los padres.
“Uno llora al ver casos dramáticos, no delante de ellos (de los padres), especialmente, si los pequeños están en edades similares a las de los hijos de uno”, dice Fabiola Chacón, subdirectora de Traumas y Emergencias Quirúrgicas del Hospital.
A la cabeza
El Hospital Nacional de Niños, fundado por Carlos Sáenz Herrera, le ha enseñado al mundo cómo se hacen las cosas en cuanto a técnicas y atención de patologías complejas, de difícil manejo, asegura Hernández.
Por ejemplo, en trasplantes de médula ósea y de hígado, cirugías a enfermos de epilepsia, clasificación inmunofenotípica (compatibilidad entre donante y receptor) de las leucemias, tamizaje neonatal y cuadro de vacunas.
Aunque con el tiempo el hospital se ha logrado adaptar a los cambios, los males también lo han hecho.
En sus primeros años, las enfermedades infecciosas y parasitarias eran las predominantes; hoy son las anomalías congénitas la principal causa de muerte, afirma Hernández quien no deja de lado que también aumenta la mortalidad por los males respiratorios, los tumores y los accidentes de tránsito.
“El hospital del futuro se visualiza en un entorno marcado por enfermedades cada vez más complejas, por patologías asociadas a la violencia social y por el deterioro del ambiente”, enfatizó Hernández.
Por eso, aparte del Centro de Cuidados Críticos, añade Hernández, el hospital debe descentralizar los servicios mediante la capacitación del personal de otros centros médicos.
Mientras eso llega, Christopher Ramírez y su madre esperan que les asignen un experto en terapia del lenguaje y Jorge Guillén añora estar en su natal Corredores para jugar con sus amigos.
Fabiola Chacón. Subdirectora Traumas y Emergencis Quirúrgicas
¿Por qué vienen los niños a esta unidad?
Sobre todo por caídas, pero los ingresos más graves son por accidentes de tránsito.
Para ustedes, ¿qué es lo más doloroso?
Los niños que ingresan agredidos, con lesiones importantes. Es difícil imaginarlos tan lastimados. Es dramático ver a niños sanos hospitalizados.
¿Tienen alguna técnica para identificar a los padres agresores?
La reacción es una de ellas. Uno les dice que un hijo falleció o que está mal y no hacen nada.
Con tanto cuadro de dolor, ¿cuál es la recompensa?
El agradecimiento espontáneo de un niño. Saber que muchos de ellos están contentos porque tienen mejores condiciones aquí que en sus propios hogares, y al menos por una semana son felices. Sin esas pequeñas cosas uno no podría seguir trabajando. Uno llora, pero no lo puede hacer delante de los padres.
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