Álvaro Sáenz Zúñiga, Presbítero
asaenz@liturgo.org.

Hoy empieza un nuevo año litúrgico, un nuevo recorrido que nos llevará por el misterio de la salvación y que tendrá como punto culminante la Pascua de Jesucristo en el mes de abril.

Todo año litúrgico empieza y termina con mensajes apocalípticos. Ese lenguaje misterioso es portador de un mensaje bíblico muy concreto. Muchos lo ven como fuente de angustias y congojas, y en realidad es un ramillete de buenas noticias.

En medio de anuncios de catástrofes, Jesucristo anuncia su triunfal regreso al mundo. San Lucas, el evangelista que nos acompañará este año, nos anuncia a Jesús viniendo: “sobre una nube, lleno de poder y de gloria”.

Lo más importante es lo que el Señor agrega luego de hablarnos de su regreso. “Cuando comience a suceder esto, tengan ánimo y levanten la cabeza, porque está por llegarles la liberación”.

Nos está garantizando el término de las angustias y amarguras, de la corrupción, la violencia, los crímenes y agresiones, la envidia y la codicia, la destrucción del hombre y la naturaleza por manos del mismo hombre.

Cristo vendrá a liberarnos, pero será necesario que al mismo tiempo nosotros vivamos de manera coherente al mismo Cristo, con nuestra fe, que no nos dejemos aturdir “por los excesos, la embriaguez y las preocupaciones de la vida”. Debemos mantenernos despiertos y adheridos al mensaje del Señor. La propuesta de Cristo es simple: “Estén prevenidos y oren incesantemente”. Esta es la clave para prepararnos adecuadamente al encuentro con el que viene Cristo, el triunfador del pecado de la muerte que ha dado su vida para rescatarnos.