Álvaro Sáenz Zúñiga, Presbítero
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El anuncio del reino de los cielos ha sido tema por varias semanas. Más que de “reino de los cielos”, hablamos de “reinado de los cielos”, porque más que territorio, es tiempo, época.

El reino de los cielos empieza en mí cuando aprendo que Dios me ama y acepto ese amor que llega a su plenitud en la encarnación del Hijo de Dios, Jesús, cuya tarea fue hablarnos de ese amor, del perdón que Dios nos da.

Ahora bien, uno puede conocer ese amor o simplemente intuirlo. ¿A dónde quiero ir con eso? Juan dice a Jesús que algunos hacían el bien, pero no eran “de los nuestros”. Y recibe una respuesta irónica: “el que no está contra nosotros, está con nosotros”. Es como si Jesús dijera: hay quienes pertenecen al reino sin saberlo y hacen el bien, curan a los enfermos, se entregan por los demás. Quizá es eso lo que nos decía Santiago acerca de mostrar la fe por las obras.

Responderle amorosamente es nuestra tarea. Pero a veces nos ponemos superficiales. Hay quienes pierden la paz cuando nos ven actuar así. Seamos coherente porque el Señor dice: “Si alguien llegara a escandalizar a uno de estos que creen en mí, sería preferible para él que le ataran al cuello una piedra de moler y lo arrojaran al mar”.

El Señor dice drásticamente que si algo nos hace caer nos lo arranquemos: mano, pie, ojo, precisamente para no escandalizar a los débiles. Dice que es mejor entrar incompletos en el reino que completos al infierno. Pero nadie ha visto una mano actuar sin consentimiento de la mente, ni a un ojo ver sin que el cerebro lo pida. Tengamos una fe transparente y que se transparente en amor.