Domingo 31 de enero de 2010, San José, Costa Rica
Nacionales | De hoy
El evangelio

Álvaro Sáenz Zúñiga, presbítero
asaenz@liturgo.org

Perplejos descubrimos que el texto que hoy nos propone la liturgia es la continuación de la semana pasada. Entonces Jesús, en la sinagoga, llenaba de luz y esperanza a los suyos. ¿Cómo es que ahora despierta rechazo?

Sabemos que aquella gente acogió las palabras de Jesús. Pero muy pronto nace la cizaña. Aquellas “piadosas” personas caen en una tentación que nosotros conocemos: “serruchan el piso” a Jesús. Lo primero es poner en duda su autoridad recordando su origen: “¿No es este el hijo de José?”

Jesús sabe que le citarán el refrán: “Médico, cúrate a ti mismo”. Y se adelanta lanzándoles una de sus sentencias más fuertes: “Ningún profeta es bien recibido en su tierra”.

Muchos podrían calificar la actitud de Jesús de temeraria, audaz y buscapleitos. Quizá le habrían recomendado disimular, “hacerse el tonto” y “evitar” como le diría mamá.

Pero nada de eso. Debe anunciar la palabra de Dios y el reino de los cielos, y garantizarse que sus hermanos entiendan que Dios ya no tendrá un pueblo privilegiado sino que ahora el anuncio llegará al mundo entero; por eso les pone dos ejemplos: la viuda extranjera que, en tiempos de Elías, alcanzó la misericordia de Dios y se salvó del hambre entre miles de hebreos que la padecieron. Asimismo Naamán, otro extranjero, que fue sanado entre muchos de su lepra para que se demostrara que Dios estaba listo a salvar la humanidad.

Recapacitemos en nuestra actitud cristiana. El cupo del reino todavía no está lleno. Muchos hermanos y hermanas deben entrar y a nosotros nos toca invitarles.

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