Álvaro Sáenz Zúñiga
¿Quién es mi prójimo? Esta es una pregunta que podría responderse fácil. Hasta nosotros le habríamos respondido con ironía al doctor de la ley. Pero nuestro Salvador, que nos ama y quiere darnos su luz, aprovecha y, al que dice ignorar lo esencial de la experiencia de Dios, le propone una de sus más bellas parábolas.
Al erudito de religión hebrea, Jesús le dice: “Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó…” y con muchos detalles le cuenta la historia de uno que es asaltado, herido y abandonado en el camino. Pasan dos funcionarios religiosos, quienes, quizá por venir de ritos de purificación, se alejan del caído, prefiriendo mantener su pureza ritual que mancharse con la sangre de un desconocido. Pero pasó uno, indigno de llamarse hermano, un samaritano, que le ayudó y hasta pagó por todo lo que fuera necesario.
Jesús quiere que se entienda que no se trata de saber “¿quién es mi prójimo?”, que se responde fácil, sino más bien de “¿Cuál de los tres te parece que se portó como prójimo del hombre asaltado por los ladrones?”
Es peligroso que los creyentes, los que vamos a misa, pretendamos pasar la vida sólo con la ley del Antiguo Testamento. Urge avanzar hacia Cristo. Urge aprender a ser “prójimo” del que sufre.
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