Violencia, amenazas, armas y hasta drogas se dieron cita en este inicio de clases donde la mayoría de estudiantes y educadores reanudaron el curso lectivo temerosos y con el recuerdo del asesinato de Nancy Chaverri muy presente.

Ella fue víctima del disparo que un alumno de 17 años le dio en el cuello ocasionándole la fractura de la cuarta vértebra.

Como consecuencia de este hecho, los centros educativos volvieron a instaurar la revisión de bultos de los alumnos descubriendo en el de una escolar picadura de marihuana, en el de otro muchacho un puñal, entre otros hallazgos.

Doce colegiales en Siquirres asaltaban, provocaban riñas, golpeaban a compañeros y amenazaban al personal, por ello fueron denunciados y un Juzgado Penal Juvenil ordenó a tres de ellos que cambien de centro educativo.

¿Dónde los van a enviar?, se preguntarán padres y estudiantes, ¿Cómo están trasladando ese foco de violencia a otro lado sin que lo sepan?

Las señales son claras y no dejan lugar a dudas, es tiempo de actuar.

En esa línea hay centros educativos comprando detectores de metales, incrementando su seguridad, atendiendo las señales de alerta que les dan sus estudiantes para atajar y evitar nuevos hechos de sangre. Incluso debe tomarse nota del ejemplo del colegio técnico de Siquirres para no lamentar nuevos crímenes.

La espiral de violencia “exige un trabajo concertado y sistemático en los hogares, los medios y los centros educativos por recuperar y fomentar el respeto y el afecto con que debemos tratarnos”, afirma el Ministro de Educación. Promoción de la paz y el respeto en las aulas, crear espacios de reflexión y habilidades para una adecuada convivencia y el saber cómo enfrentar situaciones violentas. ¿Será suficiente? ¿Cómo van a garantizar mayor disciplina y el derecho a estudiar en un ambiente sano?