Ana Coralia Fernández
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¿Y para qué negarlo? No pude contener las lágrimas cuando en la toma de posesión del sábado (y eso que la vi por televisión), observé a los boyeros con sus yuntas y sus carretas adornadas, caminar con su paso lento y sencillo por aquella alfombra roja por donde también pasaron príncipes, embajadores, mandatarios y expresidentes.
No me salen las lágrimas con facilidad y menos cuando hay que tener el ojo avizor en temas de íconos y de símbolos en eventos oficiales y populares.
Pero ver a mis queridos bueyes, bañaditos y mansos, siguiendo al amo paso a paso, huella a huella, atentos al silbido o al chuzo, sin importar si están en el surco donde se tiran los granos de cuatro en cuatro o en La Sabana llena de gente en un acto oficial, fue algo que me sacó de balance. El boyero, orgulloso, hizo una pausa, se quitó el “chonete” y saludó a la audiencia. Una ola de aplausos se le vino encima y él, yunta y bestias, siguieron el trayecto sin proferir palabra alguna.
Me emocionaron porque si en algo tenemos todavía raíz y tierra en las manos es en esta figura. Si alguna vez fuimos lo que parecemos, fue cuando más campesinos y más rurales los abuelos forjaron la Patria que tenemos, hace años.
Ellos me recuerdan que el amor por el trabajo y la obsesión de sacar la tarea adelante, es una herencia de siglos que se forjó con las manos.
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