Amado Hidalgo, periodista
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Puede que Eduardo Li no sea el hombre más idóneo para llevar los destinos del fútbol nacional.

Pero por mucho es mejor que muchos de los que pública o solapadamente buscan sentarse en su silla.

Si ésta tuviese un detector, de seguro tales aspirantes no tendrían el valor de acercársele.

Detonaría las alarmas cuando le preguntaran a uno por su participación en la reventa de las entradas mundialistas.

Algo parecido si al otro le consultaran por sus incompatibles y múltiples intereses, en diversos equipos de futbol.

Al otro se le haría la pregunta recurrente, de si hubo negligencia, con lo que pasó con el fideicomiso rumbo al recordado Mundial de fútbol de Italia 90.

Tampoco podría dar cuentas claras del óleo financiero del Mundial Corea- Japón 2002.

“Es que soy de mala memoria”- diría-.

“Soy un ícono del deporte”, expresaría el coleccionista de equipos, para disfrazar sus pecados.

Embruja con su dinero, pero asusta con esa ambición por el poder y las cámaras de televisión, que hacen recordar al señor de las jirafas, triste personaje del ilusionismo balompédico en nuestro país.

El fútbol necesita personas claras, aún a riesgo de que sean inexpertas o hasta torpes.

Mejor eso que no esas manos con olor a puro recién fumado.

O aquellas con hedor a zoológico.

O éstas que aquí y allá mueven las piezas del ajedrez sintético, en que ha convertido al balompié tico, como si fuese su juguete personal.