Edgar Fonseca

De pronto la más moderna vía de comunicación, el único trapito de dominguear que teníamos en infraestructura vial, colapsa.

El país se queda, de la noche a la mañana, sin paso fluido al Pacífico y al Norte y viceversa. La ruta a Caldera apenas empezando a ser utilizada, tras 40 años de atraso, y puesta en servicio, a todas luces, sin que se tuvieran elementales previsiones de sus deslizamientos, de sus taludes, retrata la incompetencia que hoy carcome un sector vital de nuestro desarrollo: el de su infraestructura.

Lo más grave, descubierto hasta hoy, el hundimiento en el kilómetro 47 que, a decir de algunas versiones, correspondería a un fallo geológico mayor en la zona, colindante con San Ramón.

Y sumado a ello un periodo lluvioso inclemente que afloja montañas, laderas y se trae cerros enteros.

Por eso la importancia y la oportunidad de la investigación ordenada por la Presidencia de la República sobre las condiciones de fiscalización del proyecto a Caldera. Alguien debe aclarar si la obra se ejecutó o se inauguró con una premura indebida.

Sorprende que, con el atraso que arrastró la consumación de la etapa final del proyecto, nadie se hubiese percatado, en el camino, o al menos advertido de las fallas de mayor envergadura.

Demasiada coincidencia de muchos en la anterior administración, para avanzar a troche y moche con los trabajos, o una omisión flagrante de la fiscalización debida desde la Contraloría General de la República, el Lananme, Colegio de Ingenieros y demás órganos competentes.

Con la vía colapsada, con un tremendo golpe al sector productivo que requiere su uso y en medio de un histerismo politiquero, a falta de obra legislativa de mayor envergadura, se necesita decisiones sensatas que, junto a investigaciones y responsabilidades por dirimir, permita recobrar el pronto uso de esta vía.