Antonio Alfaro
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Del quirófano salió con más costuras que el traje de payaso que de vez en cuando se enfunda, cocido desde el pecho hasta la ingle, con una incisión difícil de imaginar. Bromea con la cantidad de puntadas que lleva encima, aunque lo suyo no es bromeando, sino un aneurisma de consecuencias impredecibles.
Los médicos, en plena cirugía, decidieron dar marcha atrás, dado el alto riesgo de lo hallado. Con el aneurisma, esa degeneración en la pared de los vasos sanguíneos, nunca se sabe. Podría convivir con él un tiempo, hasta años, aunque en permanente peligro. La cirugía, en tanto, se presenta esta vez como el todo o nada de una apuesta.
“Si fuera mi papá, le diría que no se opere” -le confesó la doctora-.
-Yo me tiré de la camilla -añade él sonriendo- con una sonrisa pintada en su ánimo. Tiene muchas ganas de vivir, hecho un carajillo de 54 años, entre éxitos y desventuras, viviendo bien o viviendo mal, pero siempre viviendo con intensidad, lejos de la indiferencia de quienes están muertos en vida.
Los mejores especialistas debaten en busca de la última opinión. Él decidirá.
Mientras tanto, mi primo se dice con mucha paz, esa que todos quisiéramos ante algunos problemas menores, a veces meros contratiempos, pendejadas que nos quitan la tranquilidad. Agradecido por recordármelo, hoy no pido la palabra, sino su oración. Prometo pagársela completa.
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