Roxana Zúñiga Quesada, periodista
ropazu@racsa.co.cr

El actor, productor y director de cine, Woody Allen, se caracteriza por su ingenio y agudeza crítica e irónica.

Sus películas, libros y otras creaciones están repletas de punzantes aseveraciones; es un deleite penetrar en su mundo de citas y pensamientos.

Entre ellas, alguien subió a Twitter una que me dejó más pensativa que el gobierno ante el Plan Fiscal: “desconozco la clave del éxito, pero sí sé la del fracaso: tratar de complacer a todo el mundo”.

¡Qué gran verdad! Los costarricenses somos muy dados al ‘palanganeo’ y a no decir ni que sí ni que no, sino más bien quién sabe.

No nos agrada el compromiso de decir las cosas como son ni de definir a rajatabla una posición. Es mejor decir las verdades a medias, mirando de soslayo y sin que ninguna de mis palabras me comprometa.

Por eso un deporte nacional (más acendrado que el mediocre fútbol) es complacer a los otros y expresarles lo que desean oír.

Si te enseñan la fotografía del hijo de alguien, muchos se desbordan en elogios de lo bello del nene, cuando (y quizás) el chiquillo es más feo que un susto en ayunas.

Y cuando ya estás entrado en años comprendes que nada más sabio pudo manifestar Woody Allen: vas con pasaje VIP en el tren del fracaso si intentas quedar bien con todo el mundo.

Habrá que agarrarse con la vida, torcerle el cuello y aprender a caer mal.

De todas formas, al ser humano jamás se le queda bien. Tanto que hasta Cristo mandamos a la cruz.