Edgar Fonseca
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El Frente Sandinista de Nicaragua tenía previsto ratificar este fin de semana la enésima candidatura de Ortega.
La pospusieron dado el cataclismo que desató en todo el mundo la caída de la momia egipcia.
Curándose en salud, los estrategas sandinistas se vieron forzados a esconder a su propia momia, no fuese que su gente empezase a transpirar más asco de la cuenta.
Esconden a Ortega por unos días, porque todo está listo en Managua para perpetuarle en el poder.
Como quieren perpetuarse Chávez, Evo, Correa. Fieles todos a las momias de La Habana.
El mamarracho de comicios que montan los sandinistas para noviembre no lo detiene nadie, salvo que se dé en Managua el milagro de la plaza Tahrir.
O que EE. UU. ponga a Ortega a raya para que deje de jugar la carta de Mubarak.
Que suficiente con el desmadre que ha entronizado en su país y que dé paso a unas elecciones limpias, transparentes, “rechinando de limpieza”, como ironizaban en México las momias del PRI.
Es lo que la asediada democracia de Latinoamérica espera de la administración Obama, sumida, con toda urgencia, en el desierto egipcio.
Pero mientras el mundo atestigua la rebelión persa, cuajada sobre sociedades aplastadas por regímenes autoritarios y corruptos, en Latinoamérica el zarpazo de los Chávez y sus falderilleros a las instituciones democráticas parece irreversible. Y EE. UU. no parece percatarse de ello aún.
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